miércoles, 31 de octubre de 2007

Anorexia; si no quieres caldo...








Aunque las primeras descripciones conocidas sobre la anorexia se remontan a 1689 con Morton y la "consunción nerviosa", no será hasta la conferencia pronunciada por Gull en Oxford (1868) cuando se emplea por primera vez el término "anorexia nerviosa". En aquel momento, la enfermedad era concebida como un estado mental morboso, causado por trastornos de sistema nervioso central con carácter hereditario. Entonces, ya se señaló que sus principales síntomas consistían en la caquexia, amenorrea, estreñimiento, incremento de la actividad física, hipotermia y bradicardia. Paralelamente, Lasségue, la calificó en 1873 como una forma de "inanición histérica".

"El hecho de comer está ligado a unas preocupaciones sexuales, a la creencia de la fecundación por la boca y por la comida, como aparece en las fantasías imaginarias de la anoréxica. Éstos fantasmas serían por tanto la expresión del temor a ser fecundada, la obesidad simbolizaría el embarazo, debido a un exceso de alimentación y donde el nacimiento sería una especie de exoneración. Es en ésta lucha maniquea entre la incorporación y el rechazo donde se encuentran a veces las bases primitivas de la anorexia, implicando el comer la asimilación y la destrucción simultáneamente". (Ajuriaguerra 1976).

domingo, 28 de octubre de 2007

A la salud de Jesusito: Van a por nosotros

Este video nos lo envia Jesusito desde allende los mares. No me he podido resistir a colgarlo.

sábado, 20 de octubre de 2007

Leyó Cecilia a Lacán sobre la Anorexia?

La espuma del mar,
un grano de sal o de arena.
Una hebra de pelo,
una mano sin dueño,
un instante de miedo,
una nota perdida,
una palabra vacia en un poema,
una luz de mañana
asi de pequeña soy yo,
nada de nada.
Nada de ti, nada de mi,
una brisa sin aire soy yo,
nada de nadie.
Un copo de nieve,
una lluvia que llueve,
un pensamiento,
un abismo entreabierto,
una palabra callada,
un lo siento,
un paso sin huella,
soy un camino que no tiene destino,
una estrella apagada
asi de pequeña soy yo,
nada de nada.
Nada de ti,
nada de mi,
una brisa sin aire soy yo,
nada de nadie.
Un soplo de vida,
una verdad que es mentira,
un sol de invierno,
una hora en tu noche,
un silencio de adioses,
un sin quererlo,
un segundo en tu sueño,
soy un peldaño subiendo tu escalera,
una gota sin agua,
asi de pequeña soy yo,
nada de nada.
Nada de ti,
nada de mi,
una brisa sin aire soy yo,
nada de nadie.
Nada de Nada

jueves, 18 de octubre de 2007

Porqué la psicoterapia es “un asunto personal”

Es un hecho palpable que a fuerza de utilizar determinados términos, estos pierdan peso, se aligeren y un día nadie se acuerde de lo que alguna vez significaron. Si es que significaron algo más allá de lo que impone la moda del momento o dicta el “experto” de turno. Uno de estos términos es, dentro del ámbito de la “salud mental” y de la “salud” en general, el de “psicoterapia”. Dentro de este escrito trataré sobre un aspecto de esta… ¿técnica? ¿arte? ¿actitud?, y lo que implica para el profesional.

Un profesional cobra por un determinado servicio o producto, ya sea palpable o etéreo. Lo que hace dicho profesional, a lo que se dedica, normalmente lo hace mejor que otros, o al menos está dispuesto hacerlo cuando otros no. Y además al menos alguien está dispuesto a pagar por estos servicios, tienen por tanto un valor para otro u otros, valor que convirtiéndose en precio sostiene por tanto que alguien se dedique a esto y no muera de inanición y miseria. Aplicando esto a la psicoterapia tenemos toda una profesión o categoría laboral, la de psicoterapeuta, que se superpone a la de psiquiatra o psicólogo, y a otras categorías, como modernamente reclaman algunos filósofos.

Esta profesión ofrece un servicio que atañe a la “salud mental” (otro concepto nada fácil de definir) del prójimo. Suponemos pues que los servicios de un psicoterapeuta se encaminan a mejorar, sin utilizar sustancias psicoactivas (drogas) ni otros medios físicos intrusivos, la salud mental del cliente/paciente/usuario por medio de las palabras, los actos y la relación que se establece. Aunque aquí se podría poner una falta a mis esfuerzos por englobar en una definición a todas las escuelas de psicoterapia, pues algunas priman o enfocan técnicamente la relación, otras las tareas para casa, otras la educación, otras las interpretaciones, otras la dramatización…creo que la lista sería ingente y variada. Así que por intentar de nuevo esquematizar, digamos que en esta actividad alguien se relaciona con otro intentando que de esta relación este otro salga beneficiado en lo que atañe a su salud mental y por esto el primero reciba algún tipo de compensación, normalmente económica.

Entonces, ¿es posible realizar esta actividad al margen de las propias creencias, biografía, temores y esperanzas del terapeuta? ¿Es posible mantener una postura neutral y objetiva ante un paciente/cliente/usuario? Mi objetivo en este escrito es contestar a estas preguntas con un no. Y señalar que una vez descartada esta posibilidad se abre la responsabilidad para el terapeuta de elegir, con todos los condicionantes de su historia y situación, desde el marco teórico en que posicionarse hasta la forma de implementarlo que lo definirá en buena medida en su día a día como profesional y como persona.

Esta responsabilidad de la que hablo a la hora de situarse profesionalmente ante la labor psicoterapéutica no tiene la intención de primar uno u otro enfoque o escuela de psicoterapia. Al entrar en el ámbito de la ética personal los juicios a mi entender deben ser inmanentes (desde uno mismo) porque las consecuencias también serán personales e intransferibles. Mi intención en este sentido es más despertar la reflexión sobre el tema ya que se hayan dado o no estas consideraciones conscientemente, estas dejarán sentir su peso en la persona del terapeuta y en su clientela.

A la luz de marcos teóricos como los de la cibernética o la teoría de la complejidad, cada vez nos es más difícil sostener la abstracción del “observador neutral”, epítome de la ciencia, que estudia un caso con pulcritud y objetividad. Desde el mismo momento en que se aborda un caso se enmarcan y ordenan los datos dentro del aparato teórico del que disponemos. El mismo término “salud mental” queda cruzado por diferentes definiciones y puntos de vista desde determinadas visiones de lo que significa ser humano, qué es la salud, o si existe la mente como algo separado del cuerpo. Profundizando en estos temas nos asombrará advertir cómo dentro de nuestras “racionales” cavilaciones se cuelan desde la base prejuicios fundados en preferencias estéticas, morales, culturales, etc, que empapan todo el lógico edificio sobre el que asentamos nuestra práctica. Ejemplo de esto lo tenemos en el llamado “dualismo” que signa nuestra racionalidad desde tiempo de Platón, o la “capacidad de adaptación” entronizada como sinónimo de salud en lo que a la vida psíquica se refiere.

Estos prejuicios impregnan los avances “científicos” desde el mismo inicio de sus planteamientos. Los datos no son más que soportes de hipótesis hijas del pensamiento racional, hipótesis que tienen valor mientras demuestren su utilidad predictiva o estimativa, hasta que más y más datos escapan a estas hipótesis y es necesario renovarlas o rehacerlas desde la razón y la creatividad (son los famosos paradigmas de Kuhn). La “objetividad” es una ilusión práctica a determinados niveles, que comienza a balbucear cuando el investigador toma como objeto de su escrutinio al sujeto como tal, sobre todo si es a sí mismo.

Desde mitad del siglo pasado viene poniéndose acento en la investigación de los llamados “factores comunes” en psicoterapia. Se intentaron aislar estos factores entre la inmensa variabilidad técnica existente. Llama la atención cómo uno de los factores principales aislados fue el que atañe a la capacidad del terapeuta de establecer una relación sólida y sana con el paciente, más allá del marco teórico en que se mueva y con el que conceptualice la situación. Aunque estos marquen la práctica y pongan mayor acento en un planteamiento determinado o en cierto aspecto a tratar, mi tesis es que incluso estas teorías se enmarcan en todo un entramado subjetivo del terapeuta que tiene que ver con su historia, sus saberes y sus recursos emocionales personales que se despliegan sin remedio en el proceso terapéutico. Esta obviedad no es tenida usualmente en cuenta en la enseñanza de la psicoterapia, que es considerada en muchos casos como una pura “técnica”. Una receta, una prescripción que se cumplirá o no dependiendo de la fuerza de voluntad del sujeto. Descuidamos así un aspecto fundamental del “manejo” de uno de los principales aspectos de la terapia: la relación que establecemos. Y pongo entre comillas la palabra “manejo”, por parecerme inadecuada pues puede hacer pensar que existe una receta sobre cómo debemos relacionarnos con otro sujeto que nos pide ayuda. Quizás necesitamos pensar que pisamos terreno firme sobre todo cuando somos principiantes en este arte.

lunes, 15 de octubre de 2007

¿Eres adicto al heavy? El Estado sueco te paga 400€ al mes


El título, por una vez, es literal. Suecia subvenciona a los ‘enfermos’ de heavy metal. Efectivamente: qué heavy.

La noticia, sin más dilación: Roger Tullgren, de 42 años, ha conseguido que el Estado sueco catalogue su ‘adicción’ al heavy como una invalidez. Una pasión ‘infernal’ que le incapacita para llevar una vida normal. Como si le faltara un brazo (o varias neuronas), vamos.

Un juez de Hasslehölm, su localidad natal, ha certificado que Tullgren no puede desempeñar su trabajo sin someterse a intensivas y opíparas sesiones de heavy que, a veces, incluso le impiden llevar su labor a buen puerto (aunque Roger, muy suyo, puntualiza que el señorito prefiere death metal por las mañanas, y clásicos jevis de tarde).

El detonante fue el último (y al parecer enésimo) despido de nuestro héroe, que no pudo evitar asistir en 2006 a más de 300 conciertos para levantar su mano cornuda, abandonando su puesto de trabajo en tantas ocasiones que su jefe, poco comprensivo, le dio la patada.

La sobredosis de calaveras, tatuajes y aperos demoníacos varios (Roger es al parecer una ferretería ambulante) nada tuvo que ver con el despido.

Tullgren llevaba ya 10 años intentando que la justicia sueca reconociera su adicción musical como una dependencia que le mermaba psicológicamente. Así que entre el juez y el INEM sueco buscaron la solución: un trabajo a media jornada donde además pudiera seguir cultivando su melómano cuelgue, y una pensión de 400 euros al mes para cubrir la parte del día no trabajada. Tres psicólogos impulsaron la moción.

Roger, el genio, lo explicaba así al periódico sueco ‘The Local’: “Firmé un documento que decía: ‘Roger se siente impulsado a mostrar su estilo heavy metal. Esto dificulta su situación en el mercado laboral. Por lo tanto, necesita ayuda financiera adicional’. Así que ahora puedo ir a una entrevista de trabajo vestido como voy habitualmente y darle ese papel al entrevistador”.

Tullgren curra ahora de lavaplatos, y su nuevo jefe le deja vestir como quiera, recuperar las horas perdidas en conciertos y escuchar sus sinfonías ‘jevirronas’ a todo volumen “excepto cuando hay clientes”, dijo a ‘The Local’.

La patología de este ‘metalómano’ se inicia en 1971, cuando su hermano mayor le pone un disco de Black Sabbath a toda caña y envía al infantil Roger a otra dimensión. Ahora mismo, ya un señor de 42 tacos, Tullgren toca en dos bandas de su ciudad, pero si por él fuera serían doscientas.

Un absoluto monstruo Roger. Y un filósofo, a juzgar por otra de sus frases a ‘The Local’: “Podrán decir que debería crecer y escuchar otro tipo de música… Pero no puedo. El heavy metal es mi estilo”.

Obviaré los juicios políticos, pero parece claro que, conforme España se acerca a los estándares europeos, un subsidio así al menos para los oyentes de OT, Trecet y Cadena Dial parece indispensable. ¿O no?

Artículo extraido de la página de Juventudes Liberales, que posteo como ejemplo de la progresiva disolución del individuo en nuestra sociedad como sujeto de derechos y deberes

sábado, 13 de octubre de 2007

¿Qué hemos hecho de la psicología?

Este enlace ha sido copiado del blog de Santiago Castellanos de Marcos:

http://psicoanalisisymedicina.blogspot.com/

me ha gustado mucho y por eso lo cuelgo también en este blog.

Así comienza este artículo de opinión publicado en EL PAIS, con fecha 16.09.2007, que por su gran interés reproducimos íntegramente.


Nuestra pequeña mano

GUSTAVO MARTÍN GARZO

EL PAÍS - Opinión - 16-09-2007

¿Qué hemos hecho de la psicología? Aquella delicada ciencia que exploraba el alma humana y se preguntaba por el significado de nuestros sueños hoy día apenas es otra cosa que un conjunto de obviedades y recetarios apresurados. Atrás parecen haber quedado la insondable obra de Freud y su pregunta acerca de por qué nos perturban nuestros deseos, las divagaciones de C. G. Jung sobre el poder liberador de los símbolos, las delicadas fantasías de Melanie Klein sobre el mundo de los niños, o las reflexiones de Lacan sobre el poder creador del lenguaje. La psicología ya no trata de responder a la pregunta eterna de quién somos, sino de encontrar fórmulas que nos permitan lograr mejor nuestros objetivos de acomodación a lo que hay. Pero ¿el mundo tiene que ser necesariamente como es? Aun más ¿no radica en esa necesidad de preguntarnos si podría ser de otra forma una parte esencial de nuestra humanidad? Perceval visitó un extraño reino donde todo estaba muerto, y contempló a su rey herido y el lúgubre cortejo de la copa de oro y, al evitar preguntar por lo que pasaba, los condenó sin saberlo a que continuaran eternamente igual. El tema de las preguntas que por no plantearse conducen a la esterilidad y a la muerte del pensamiento es un tema muy repetido en el folklore, y me temo que algo así está empezando a pasar entre nosotros, y tal vez por eso, porque no pensamos, dimanamos autosatisfacción. Pero ¿de verdad tenemos motivos para estar tan contentos? Es cierto que el mundo que nos ofrecen las oficinas de viaje y las promociones de la banca poco o nada tiene que ver con el mudo oscuro de los cuentos de hadas, pero a cambio, como diría Chesterton, es mucho menos interesante. Un mundo sin sentimientos ni memoria, un mundo sin desatinos ni sueños puede que fuera menos perturbador que el nuestro, pero ¿de verdad merecería la pena vivir en él?

Pero la pregunta acerca de quiénes somos sólo puede formularse a través de la contemplación del mundo en que nos ha tocado vivir. La realidad es nuestra máxima construcción colectiva: el terreno de lo común, de las percepciones y normas compartidas, el gran escenario de un juego en el que todos participamos, y cuyas reglas revelan lo que estamos dispuestos a hacer con la vida. Numerosas voces claman por el trato que damos a la naturaleza, o llaman la atención sobre ese espectáculo grotesco en que hemos transformado la política. Ambas, naturaleza y política, han estado en el corazón de las aspiraciones humanas a lo largo de la historia, pues el mundo es, ante todo, "un lugar para vivir". Pero el hombre posee una asombrosa capacidad para observar el complejo discurrir de sus pensamientos, sentimientos, intuiciones, fantasías, recuerdos y deseos. Todos ellos constituyen un prodigioso mundo interior, sobre el que no hemos dejado de interrogarnos desde los albores de la humanidad, gracias al fabuloso misterio de la conciencia. Y desde hace más o menos dos siglos ha sido la psicología la ciencia encargada de llevar a cabo esa apasionante tarea.

Y puede que en ningún otro momento de la historia esta joven disciplina haya estado tan presente en nuestras vidas. Las Facultades rebosan de estudiantes, equipos de profesionales intervienen en las tragedias colectivas, seleccionan personal en las empresas o participan en "reality shows" televisivos, y muchos psicólogos y psiquiatras expresan sus opiniones y consejos en los medios de comunicación o escriben libros con indicaciones terapéuticas o de auto-ayuda. A pesar de que el acceso a la psicología en la Sanidad Pública sigue siendo precario, proliferan los artículos y revistas que divulgan un supuesto saber científico en torno a las profundidades de la mente humana. Uno de ellos, titulado "Autoestima española", de un prestigioso psiquiatra, ha llamado poderosamente mi atención por la manera en que ejemplifica el trato que suele darse a estas cuestiones en los medios de comunicación.

Las consideraciones que se vierten en ese artículo en torno a la autoestima nada aportan de original y adolecen de la misma formulación autosuficiente que suele imperar en los actuales escritos sobre psicología: son la expresión de la obviedad elevada al rango de ciencia. Las hipótesis (en este caso, que los españoles gozamos de una excelente autoestima) no necesitan ser demostradas a través de la reflexión o la argumentación, sino de numerosas encuestas en las que se ha preguntado directamente a miles de personas sobre su nivel de satisfacción consigo mismas. A partir de aquí, cualquier cuestionamiento sobra: también cualquier explicación. La estadística por sí sola ha comprobado lo que, a los ojos de cualquier simple mortal, sería imposible de medir: el nivel de satisfacción subjetiva de un pueblo. El propio autor reconoce la dificultad y afirma que la autoestima "no podemos medirla como el pulso o la temperatura del cuerpo. El único método para estudiarla es preguntar". Todo se juega, pues, en las preguntas. La calidad de las respuestas depende de ellas: por eso los grandes filósofos se han distinguido siempre por la manera singular en que interrogan a la realidad.

La psicología hegemónica actual, en su empeño por alcanzar el estatus de una ciencia empírica (cuando su objeto de estudio, la subjetividad humana, no puede ser más inasible a través de mediciones estadísticas), ha hecho un tristísimo uso de las preguntas: planteando sólo las más previsibles, limitando al máximo las respuestas, eliminando por completo todo género de matices y detalles. Los resultados obtenidos son tan pobres como la herramienta utilizada, pero se vuelven incuestionables tras haber pasado por el filtro de las matemáticas y la estadística. Nuestro psiquiatra acaba su artículo sugiriendo que quizá los españoles tengan una percepción equivocada de sí mismos. Aún no nos hemos dado cuenta de la magnífica verdad que describen por nosotros las encuestas: "los pensamientos automáticos derrotistas nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y saludable bienestar emocional".

Este mismo esquema se aplica a diario en el terreno de la psicología clínica. Muchas terapias se basan en el aprendizaje de técnicas y ejercicios conducentes al control de los síntomas, renunciando a plantear los interrogantes básicos acerca de su origen o sentido. Y tales métodos se presentan como científicamente probados a través de experimentos empíricos, basados, en su inicio, en la comparación de la conducta humana con la que se puede observar en los ratones. El mensaje surge con claridad: "la psique es mucho más simple de lo que se ha podido pensar o intuir, responde a sencillos mecanismos de estímulo-respuesta, el hombre es un animal previsible".

La psicología, como disciplina dedicada al estudio de la mente humana, y en su vertiente terapéutica, da cuenta de la manera en que nos vemos a nosotros mismos, del modo en que nos acercamos a los demás y de la idea de bienestar y curación que proyectamos en quienes sufren. Su estado no hace más que demostrarnos la pobreza de nuestras aspiraciones, la poca importancia acordada a la creatividad y al juego, la profunda limitación de nuestra concepción del ser humano. Las llamadas estrategias de distracción proponen desviar la atención de la angustia para centrarla en banalidades cotidianas: el número de personas que llevan una prenda roja en un vagón de metro o la suma de las matrículas de los coches. ¿Por qué aspirar a que una persona disfrute del arte o encuentre un refugio en su imaginación? ¿Por qué tratar de ahondar en sus desdichas y reflexionar sobre ellas? ¿Por qué escuchar, con el compromiso que exige la verdadera escucha, sus sueños, temores y esperanzas: adentrarse en el terreno de lo no vivido? Es más sencillo y eficaz hacer un vacío en el pensamiento, desconfiar del poder de la palabra. Las terapias, lejos de tratar de conducir a las personas a la máxima realización de sus posibilidades, se convierten en la negación de lo específicamente humano: renuncia al vuelo del pensamiento y a la radical función del lenguaje. Como si a un pájaro atemorizado se le convenciera de que la vida es hermosa sobre una rama y no es conveniente que se lance a volar. A pesar de haber nacido con alas, se le recomienda que no las utilice, pues entrañan peligros. ¿Para qué arriesgarse? Uno puede perderse o caerse en las alturas, errar el camino de vuelta, ser atacado o sentirse inseguro. Nada le garantiza el bienestar. Del mismo modo la psicología, en su progresivo empobrecimiento, desea convencernos de que no merece la pena adentrarse en los oscuros caminos del pensamiento, la imaginación y la memoria. Se afana en disfrazar su complejidad, reforzar sus engaños, no descubrir sus potenciales. Parece ignorar que, como dijo Hölderlin, en "el peligro puede estar, también, la salvación".
Una arriesgada reflexión resulta imprescindible: ¿Qué hemos hecho del estudio de la mente humana, ese lugar fascinante y enigmático, para que haya derivado en tal cantidad de despropósitos? Toda la responsabilidad es nuestra. La vida y el mundo dependen del sentido que queramos otorgarles: de la medida en que estemos dispuestos a implicarnos, del compromiso que adquiramos con ellos. Un cuento proveniente de la tradición de los judíos jasidim, puesto en boca del Baal Shem Tov, llama la atención sobre el enorme potencial de nuestras realidades, pero también sobre la incesante tentación de apartar e ignorar sus maravillas: "¡Ay! ¡El mundo está lleno de brillantes resplandores y de misterios y el hombre los aleja de sí con una pequeña mano!". La psicología puede ser el terreno privilegiado de la imaginación, la memoria, la reflexión y el juego; también el de la obviedad, la simplificación y el conformismo. La elección sólo recae en nuestra pequeña mano.
Gustavo Martín Garzo es escritor.
Publicado en EL PAÍS, el 16 de septiembre de 2007.

http://www.elpais.com/articuloCompleto/opinion/pequena/mano/elpepiopi/20070916elpepiopi_5/Tes
El artículo del que hace mención Martín Garzo se refiere al titulado "Autoestima española", de Luis Rojas Marcos, publicado en EL PAÍS, el 9 de junio de 2007: http://www.elpais.com/articuloCompleto/opinion/Autoestima/espanola/elpepiopi/20070609elpepiopi_5/Tes

Se puede consultar la página oficial de Gustavo Martín Garzo: http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/garzo/index.htm


viernes, 12 de octubre de 2007

Como leer un mito

Este decálogo fue propuesto por Joseph Cambell, un estudioso de los mitos y su significado, autor entre otros del libro el Heroe de las mil caras. Es una traducción del decalogo que viene en la página www.monomyth.org

1. Lee los mitos con ojos curiosos. Los mitos dejan ver su significado universal y su su significado nos deja ver su fuente misteriosa.

2. Lee los mitos en tiempo presente. La eternidad es ahora.

3. Lee los mitos en la primera persona del plural. Los dioses y diosas de la antigua mitologia todavia viven dentro de tí.

4. Cualquier mito emite un poderoso magnetismo. Nota las imágenes que te atraen y te repelen e investiga los campos asociados a esas imágenes e historias.

5. Busca patrones, no te pierdas en los detalles. Lo que se necesita no son más alumnos especializados sino una visión interdisciplinar Haz conexiones y rompe los viejos patrones del pensamiento clásico.

6. Resacraliza lo secular, incluso una factura de un dolar revela el sello de la Eternidad.

7 Si Dios está en todas partes, entonces los mitos pueden generarse en cualquier parte, cualquier tiempo y por cualquier cosa. No dejes que la romántica aversión a la ciencia te ciegue del Buda que hay en el chip del ordenador.

8. Conoce a tu tribu. Los mitos nunca surgen en el vacio. Son el tejido conectivo de un cuerpo social que disfruta de relaciones sinérgicas con los sueños (mitos privados) y rituales (la puesta en acto del mito)

9 Expande tus horizontes. Cualquier mitologia que sea digna de ser recordada debe ser vista de forma global. La tierra es tu hogar y la humanidad tu familia.

10. Lee entre linea. Lo literal mata. La imaginación empuja hacia delante.

El último es mi favorito.

jueves, 4 de octubre de 2007

Fábula africana

Cuenta un relato popular africano que en las orillas del río Níger, vivía una rana muy generosa.

Cuando llegaba la época de las lluvias ella ayudaba a todos los animales que se encontraban en problemas ante la crecida del rio.

Cruzaba sobre su espalda a los ratones, e incluso a alguna nutritiva mosca a la que se le mojaban las alas impidiéndole volar. Pues su generosidad y nobleza no le permitían aprovecharse de ellas en circunstancias tan desiguales.

También vivia por allí un escorpión, que cierto día le suplicó a la rana: «Deseo atravesar el río, pero no estoy preparado para nadar. Por favor, hermana rana, llévame a la otra orilla sobre tu espalda»

La rana, que había aprendido mucho durante su larga vida llena de privaciones y desencantos, respondió enseguida: «¿Que te lleve sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber que si te subo a mi espalda, me inyectarás un veneno letal y moriré!»

El inteligente escorpión le dijo: «No digas estupideces. Ten por seguro que no te picaré. Porque si así lo hiciera, tú te hundirías en las aguas y yo, que no sé nadar, perecería ahogado»

La rana se negó al principio, pero la incuestionable lógica del escorpión fueron convenciéndola... y finalmente aceptó. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró, y comenzaron la travesía del río Níger.

Todo iba bien. La rana nadaba con soltura a pesar de sostener sobre su espalda al escorpión. Poco a poco fue perdiendo el miedo a aquel animal que llevaba sobre su espalda.

Llegaron a mitad del río. Atrás había quedado una orilla. Frente a ellos se divisaba la orilla a la que debían llegar. La rana, hábilmente sorteó un remolino...

Fue aquí, y de repente, cuando el escorpión picó a la rana. Ella sintió un dolor agudo y percibió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo. Comenzaron a fallarle las fuerzas y su vista se nubló. Mientras se ahogaba, le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión:
«¡Lo sabía!. Pero... ¿Por qué lo has hecho?»

El escorpión respondió: «No puedo evitarlo. Es mi naturaleza»

Y juntos desaparecieron en medio del remolino mientras se ahogaban en las profundas
aguas del río Níger.