sábado, 10 de noviembre de 2007
Ponencia menores en conflicto
Las demandas que reciben los ESMD y las USMIJ son muy variadas: problemáticas familiares, violencia, malos tratos, rechazo del sistema educativo, abusos, adicciones etc.
En las familias que atendemos no suele aparecer aisladamente uno de estos problemas, sino varios, el panorama familiar cuando nos acercamos suele ser desolador, de manera que la impotencia es la primera vivencia del profesional, a la que tiene que sobreponerse, y deprisa, porque hablamos de familias en las que hay niños, niños que corren múltiples peligros, peligros que por la sola experiencia de haber visto tantos en esas mismas circunstancias, los profesionales ya pronosticamos con facilidad acerca de su futuro : “ son carne de cañón”, pensamos y decimos... serán delincuentes, prostitutas, toxicomanos, padres y madres que abandonarán o maltratarán a sus hijos”.
Nos corre prisa hacer algo para sacar a estos niños de esta situación de mal-estar en el mundo, sin embargo sabemos que la prisa trae consigo un peligro: el de actuar sin darnos el tiempo necesario para comprender lo que está en juego en una familia en la que vemos riesgos para los niños. Por eso voy a intentar en este espacio que me han ofrecido, plantear algunas cuestiones a vuestra reflexión, precisamente porque creo que es imprescindible antes de iniciar una intervención.
Si vemos el drama de estos niños desde un prisma social, consideramos que el peligro viene dado por la familia en la que han nacido, el barrio en el que crecen , las amistades que tienen... en definitiva el mundo en el que viven, esa sería de la causa su ese mal-estar.
Me detendré por un momento en esta consideración del maltrato infantil como un problema social. Considero que es importante porque la definición que damos de un problema orienta los cursos de la acción a seguir. Si hablamos de “problemas sociales”, lo que decimos es que hay una perturbación del orden social y en consecuencia es obligada una acción de control social, de orden público y un agente que la ejerza. No es conveniente olvidar que esta función de agente de control social la encarnamos todo el sistema de protección a la infancia: desde el pediatra o el maestro, el equipo de SSCC, el ETF, el SPM, el sistema judicial...En el sentido de que parte de nuestra función es no consentir que los niños vivan en un contexto familiar que nos les proporciona los cuidados mínimos para su desarrollo.
Porque es parte de nuestra función, condiciona nuestra manera de actuar y creo que es conveniente pensar en como lo hace. Dejo aquí sólo subrayado este tema, para proseguir con el mal-estar de los niños y de las familias. Un mal-estar que muchas veces más bien habría que denominar horror, digo esto porque el malestar interroga a la persona, si me siento triste, inquieto, enfadado cabe la posibilidad de que me pregunte que me hace sentir así, me siento mal y a veces no sé muy bien por qué. El horror, sin embargo, paraliza, deja sin palabras.
Todos nos preguntamos en ocasiones ¿ cómo es posible que en una sociedad que defiende ideales universales acerca del bienestar para todos los ciudadanos pueda existir tanto horror para algunos?. Salud para todos, educación para todos, la consideración de que toda violencia contra los niños constituye una violación de los Derechos Humanos., que hay que erradicar... son ideales que sostiene nuestra sociedad, sin embargo hay amplios sectores de la población que, en todos los tiempos, quedan fuera de las máximas universales.
De estas máximas globales que tienen el efecto de tratar de borrar las diferencias que hasta ahora se muestran como inevitables, como nos enseña la historia. Pero en un modelo globalizador no se admiten esas diferencias, como tales y se transforman en exclusiones de la norma. Quiero decir que lo que se trata de plantear como universal no admite lo que no se incluye en la norma y queda expulsado del conjunto. Evidentemente, con la mejor de las intenciones, tratamos de que los niños de nuestra sociedad alcancen un nivel de bienestar que consideramos necesario para su desarrollo físico, psíquico y social. Para ello ponemos en marcha nuestro trabajo, para proporcionar a la familia todos los recursos que precisaría para ello, en un intento de incluirlos socialmente, sin embargo con un recorrido no demasiado largo de trabajo en este campo podemos darnos cuenta de que es muy difícil para la mayoría de las familias con las que trabajamos salir de la marginación: vemos como las problemáticas se repiten hasta de generación en generación.
Pareciera que esta posición de exclusión social, de resto, de lo que queda por fuera del sistema se perpetuara con la colaboración de sus protagonistas, que repiten una y otra vez aquello que les condena al sufrimiento.
Una familia en la que los niños que forman parte de ella, no tengan el adecuado nivel de bien-estar, por causa de sus padres se denominarán maltratados.
Mi pregunta es de qué le sirve a un niño llevar a sus espaldas este nombre, que le define como ser pasivo, esta etiqueta que ponemos los profesionales, además de para pasar a formar parte del grupo de excluidos que no han tenido la suerte de alcanzar la máxima del bienestar infantil. ¿Qué consecuencias tendrá esto para él?. ¿Qué consecuencias tendrá para nosotros, los profesionales que debemos prevenir, evaluar, detectar, intervenir en situaciones de maltrato infantil?
En primer lugar considerar que las formas de agrupamiento de personas que se hayan fuera de los ideales sociales universales como: padres maltratadores, niños maltratados, jóvenes delincuentes... son palabras aplastantes que parecen querer nombrar la totalidad de la persona, como si con esa palabra se estuviera haciendo una descripción exhaustiva de su forma de pensar, de sentir, de relacionarse, de imaginar etc. Con esas etiquetas se borra la subjetividad, lo singular de cada persona, lo que la diferencia de todas las demás. Su peligro es que nos provocan el espejismo de que todos los niños maltratados son parecidos, lo esencial de ellos es idéntico y por tanto podemos tratarlos como si todos fueran el mismo, no hay nada que descubir de cada uno de ellos.
¿Y qué es eso que comparten tan esencial? Que han tenido una infancia con carencias, que son víctimas, como consecuencia, debemos salvarles de sus verdugos: sus padres, a través de dos caminos posibles:
- cambiando el actuar de los verdugos
- separándoles de ellos.
... el efecto es que victimizándoles, ya no hace falta escucharles, sabemos de lo que sufren, lo que les ha faltado, lo que necesitan, lo que desean.
A esto me refería cuando anteriormente hablaba de nuestra función de control social: la sociedad nos encomienda la función de no permitir que los niños sufran el Mal-trato de sus padres y para ello intervenimos en las familias, lo quieran o no, muchas veces sin su consentimiento.
El problema que planteo es:
- Por un lado es necesario, imprescindible, incluso vital ( a veces incluso puede correr peligro la vida del niño), nuestra intervención en las familias.
- Por otro lado defiendo la idea de que para producir un cambio en una persona es necesario el consentimiento del propio interesado, y los dispositivos de control intentan producir cambios sin el consentimiento del sujeto.
Para Aristóteles la vida de un sujeto se construye sobre los si y los no que ha dado en su camino, así aludía a la responsabilidad de cada persona de lo que hace con su vida ( sin olvidar las malas condiciones de las que puede partir, el lugar que le den sus padres, lo que signifique el niño para ellos va a condicionar las posibilidades de las que parte)
Pero además de la responsabilidad de cada sujeto, también hay una responsabilidad del profesional , y su posición subjetiva frente al otro, padre, madre, niño.
Considero que nuestras intervenciones están marcadas por lo imposible, imposible que todo sea educable, curable, tratable, incluido socialmente... y precisamente este límite es el que abre las condiciones posibles de lo intervenible. Y esto vale para todas las disciplinas implicadas en el trabajo con familias en las que se produce el maltrato infantil: ni el educador, ni el trabajador social, ni el psicólogo se libran de toparse con los límites de su intervención. Quiero decir que no todo en las familias podrá ser cambiado y habrá muchas en las que nada. No todas las personas nos darán su consentimiento para que intentemos escucharlas, y ayudarlas a que tomen sus decisiones.
El consentimiento de sujeto, de la familia a la intervención nunca es total, hay márgenes y la decisión última depende de él.
Pero si nosotros asumimos la necesidad de una intervención sin esperar a promover una pregunta acerca de qué de sí mismo le lleva a no asumir su papel de padre o madre, a delinquir, desafiando una y otra vez la ley, como vemos a tantos adolescentes, a caer en el exceso del maltrato cuando castiga a su hijo... viendo sólo al niño como víctima y los padres como culpables estaremos perdiendo la posibilidad de que se responsabilice de sus actos y pueda dejar de repetirlos. También tenemos, últimamente, la otra versión: padres víctimas de sus propios hijos. Hijos que no sólo desafían a sus padres, sino que llegan al maltrato y cuando se les escucha hablan desde la total impunidad...El riesgo sigue siendo el mismo unos son víctimas y otros culpables.
. Es fácil ver a los niños sólo como víctimas y a los padres sólo como culpables. En ambos casos se produce una perdida de la responsabilidad, en la victimización por defecto, puesto que el niño sólo es visto como el objeto sobre el que recae el maltrato, la negligencia, el abandono, corriendo el riesgo de perder de vista que fundamentalmente es un sujeto con sus propias interpretaciones de lo que está sufriendo, sus propios juicios, sus propios deseos respecto a como quiere que sea su futuro, sus propias decisiones sobre si acepta a sus padres o no. Evidentemente habrá situaciones en las que tendremos que contrariar los deseos del niño, cuando sus deseos no sean compatibles con su vida, cuando se encuentre en un riesgo tal que no quepa otra posibilidad que poner un límite separándole de sus padres, aunque no sea lo que el niño desee.
En el caso de los culpables, ya sea el padre/madre que maltrata o el adolescente, que también lo hace, la pérdida de la responsabilidad puede ser por exceso. El acto de violencia o de negligencia puede ser tan radical que nos impida dar la palabra a la persona para intentar endender que le llevó a ese acto. Si sólo condenamos y no escuchamos, colaboramos con la repetición de los hechos.
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2 comentarios:
Hola Jorge!
"Con esas etiquetas se borra la subjetividad, lo singular de cada persona, lo que la diferencia de todas las demás. Su peligro es que nos provocan el espejismo de que todos los niños maltratados son parecidos, lo esencial de ellos es idéntico y por tanto podemos tratarlos como si todos fueran el mismo, no hay nada que descubir de cada uno de ellos."
Totalmente de acuerdo, y tambien lo estaría si donde pone niños maltratados pusiera anorexia, bulimia u otra etiqueta/"enfermedad" que conduce a la desresponsabilización de los sujetos y los agentes a su alrededor.
Por cierto que significan las iniciales: SSCC (esto es servicios comunitarios verdad?), el ¿ETF?, el ¿SPM?
Por otro lado quiero también poner a la luz esos casos de menores menos graves pero con familias en conflicto, como pueden ser divorcios o separaciones difíciles, en los que una intervención temprana a tiempo suele ser preventiva de males mayores. Lo que hoy es una somatización quizás sea un trastorno grave en el futuro.
Bueno ya me queda poco en la USMI del Materno, termino el 22 de este mes. Tras 6 meses de residencia en USMIs ya me siento con capacidad para sujetar un caso de menores, cosa que no me pasaba en mi 1ª rotación el ESMD. Era el principio de mi residencia y cuando me llegaban me entraban ganas sobre la marcha de mandarlo pa la USMI, pa no saturar a mis compañeros me decía;), jejeje los niños y el embrollo familiar que les acompañaban, era para mi como el cubo de Rubiks.
Ahora por lo menos, delante de tanta complejidá ya no me tiemblan las canillas...
Las siglas me las se yo (como dijo el alumno empollón)
SSCC: servicios comunitarios
ETF: equipo de tratamiento familiar
SPM: servicio de proteccion de menores
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