lunes, 31 de diciembre de 2007

Alguien tenia que decirlo

El Centesimo Mono se complace en desearle a toda la gente que nos lee un feliz año 2008, en el que además de desearles lo mejor como todo el mundo hace, esperamos que se animen a dejar sus comentarios!!!

Gambas y Jamón para todos

Y que la Fuerza nos acompañe el año que viene

domingo, 23 de diciembre de 2007

¿La homosexualidad es un trastorno? No hace tanto tiempo sí lo era para los chicos del DSM


Transcribo un artículo que viene de una traducción de un informe sobre cómo se quitó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. No tiene desperdicio. El original está en la red, pero en inglés, por esto he puesto este, por si alguno no habla english

El juicio sobre la homosexualidad ha experimentado diversas variaciones a lo largo de la Historia. En general, las culturas de la Antigüedad generalmente la juzgaron moralmente reprobable. Egipcios y mesopotámicos la contemplaron con desdén mientras que para el pueblo de Israel se hallaba incluida en el listado de una serie de conductas indignas del pueblo de Dios que se extendían del adulterio a la zoofilia pasando por el robo o la idolatría (Levítico 18, 22). No en vano, el Antiguo Testamento incluía entre los relatos más cargados de dramatismo el de la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 13, 14, 18 y 19), cuyos habitantes habían sido castigados por Dios por practicar la homosexualidad. Durante el período clásico, la visión fue menos uniforme. En Grecia, por ejemplo, alguna formas de conducta homosexual masculina y sin penetración era tolerable mientras que en Roma fue duramente fustigada por autores como Tácito o Suetonio como un signo de degeneración moral e incluso de decadencia cívica. El cristianismo -que, a fin de cuentas, había nacido del judaísmo- también condenó expresamente la práctica de la homosexualidad. No sólo Jesús legitimó lo enseñado por la ley de Moisés sin hacer excepción con los actos homosexuales (Mateo 5, 17-20) sino que el Nuevo Testamento en general condenó la práctica de la homosexualidad considerándola contraria a la ley de Dios y a la Naturaleza (Romanos 1, 26-27) y afirmando que quienes incurrieran en ella, al igual que los que practicaran otro tipo de pecados, no entrarían en el Reino de los cielos (I Corintios 6, 9).

La condena de la práctica homosexual fue común en los Padres de la Iglesia y en los documentos más antiguos de disciplina eclesial aparece como uno de los pecados que se penan con la excomunión. Partiendo de esta base no resulta extraño que el mundo medieval -tanto judeo y cristiano como musulmán- condenara las prácticas homosexuales e incluso las penara legalmente aunque luego en la vida cotidiana fuera tan tolerante -o tan intolerante- con esta conducta como con otras consideradas pecado. Esta actitud fue aplastantemente mayoritaria en occidente -y en buena parte del resto del globo- durante los siglos siguientes. Esencialmente, la visión negativa de la homosexualidad estaba relacionada con patrones religiosos y morales y no con una calificación médica o psiquiátrica. El homosexual podía cometer actos censurables -no más por otra parte que otros condenados por la ley de Dios- que incluso se calificaban de contrarios a la Naturaleza y de perversión. No obstante, no se identificaba su conducta con un trastorno mental o con un desarreglo físico. En realidad, para llegar a ese juicio habría que esperar a la consolidación de la psiquiatría como ciencia.

Partiendo de una visión que consideraba como natural el comportamiento heterosexual -que meramente en términos estadísticos es de una incidencia muy superior- la psiquiatría incluiría desde el principio la inclinación homosexual -y no sólo los actos como sucedía con los juicios teológicos- entre las enfermedades que podían y debían ser tratadas. Richard von Kraft-Ebing, uno de los padres de la moderna psiquiatría del que Freud se reconocía tributario, la consideró incluso como una enfermedad degenerativa en su Psychopatia Sexualis. De manera no tan difícil de comprender, ni siquiera la llegada del psicoanálisis variaría ese juicio. Es cierto que Freud escribiría en 1935 una compasiva carta a la madre norteamericana de un homosexual en la que le aseguraba que «la homosexualidad con seguridad no es una ventaja, pero tampoco es algo de lo que avergonzarse, ni un vicio, ni una degradación, ni puede ser clasificado como una enfermedad». Sin embargo, sus trabajos científicos resultan menos halagüeños no sólo para las prácticas sino incluso para la mera condición de homosexual. Por ejemplo, en sus Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, Freud incluyó la homosexualidad entre las «perversiones» o «aberraciones sexuales», por usar sus términos, de la misma manera que el fetichismo del cabello y el pie o las prácticas sádicas. A juicio de Freud, la homosexualidad era una manifestación de falta de desarrollo sexual y psicológico que se traducía en fijar a la persona en un comportamiento previo a la madurez heterosexual.

En un sentido similar, e incluso con matices de mayor dureza, se pronunciaron también los otros grandes popes del psicoanálisis, Adler y Jung. Los psicoanalistas posteriores no sólo no modificaron estos juicios sino que incluso los acentuaron a la vez que aplicaban tratamientos considerados curativos contra la inclinación homosexual. En los años cuarenta del siglo XX, por ejemplo, Sandor Rado sostuvo que la homosexualidad era un trastorno fóbico hacia las personas del sexo contrario, lo que la convertía en susceptible de ser tratada como otras fobias. Bieber y otros psiquiatras, ya en los años sesenta, partiendo del análisis derivado de trabajar con un considerable número de pacientes homosexuales, afirmaron que la homosexualidad era un trastorno psicológico derivado de relaciones familiares patológicas durante el período edípico. Charles Socarides en esa misma década y en la siguiente -de hecho hasta el día de hoy- defendía, por el contrario, la tesis de que la homosexualidad se originaba en una época pre-edípica y que por lo tanto resultaba mucho más patológica de lo que se había pensado hasta entonces. Socarides es una especie de bestia negra del movimiento gay hasta el día de hoy pero resulta difícil pensar en alguien que en el campo de la psiquiatría haya estudiado más minuciosa y exhaustivamente la cuestión homosexual. Curiosamente, la relativización de esos juicios médicos procedió no del campo de la psiquiatría sino de personajes procedentes de ciencias como la zoología (Alfred C. Kinsey) cuyas tesis fueron frontalmente negadas por la ciencia psiquiátrica. De manera comprensible y partiendo de estos antecedentes, el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) incluía la homosexualidad en el listado de desórdenes mentales. Sin embargo, en 1973 la homosexualidad fue extraída del DSM en medio de lo que el congresista norteamericano W. Dannemeyer denominaría «una de las narraciones más deprimentes en los anales de la medicina moderna». El episodio ha sido relatado ampliamente por uno de sus protagonistas, Ronald Bayer, conocido simpatizante de la causa gay, y ciertamente constituye un ejemplo notable de cómo la militancia política puede interferir en el discurso científico modelándolo y alterándolo. Según el testimonio de Bayer, dado que la convención de la Asociación psiquiátrica americana (APA) de 1970 iba a celebrarse en San Francisco, distintos dirigentes homosexuales acordaron realizar un ataque concertado contra esta entidad. Se iba a llevar así a cabo «el primer esfuerzo sistemático para trastornar las reuniones anuales de la APA». Cuando Irving Bieber, una famosa autoridad en transexualismo y homosexualidad, estaba realizando un seminario sobre el tema, un grupo de activistas gays irrumpió en el recinto para oponerse a su exposición. Mientras se reían de sus palabras y se burlaban de su exposición, uno de los militantes gays le gritó: «He leído tu libro, Dr. Bieber, y si ese libro hablara de los negros de la manera que habla de los homosexuales, te arrastrarían y te machacarían y te lo merecerías». Igualar el racismo con el diagnóstico médico era pura demagogia y no resulta por ello extraño que los presentes manifestaran su desagrado ante aquella manifestación de fuerza.

Sin embargo, el obstruccionismo gay a las exposiciones de los psiquiatras tan sólo acababa de empezar. Cuando el psiquiatra australiano Nathaniel McConaghy se refería al uso de «técnicas condicionantes aversivas» para tratar la homosexualidad, los activistas gays comenzaron a lanzar gritos llamándole «sádico» y calificando semejante acción de «tortura». Incluso uno se levantó y le dijo: «¿Dónde resides, en Auchswitz?». A continuación los manifestantes indicaron su deseo de intervenir diciendo que habían esperado cinco mil años mientras uno de ellos comenzaba a leer una lista de «demandas gays». Mientras los militantes acusaban a los psiquiatras de que su profesión era «un instrumento de opresión y tortura», la mayoría de los médicos abandonaron indignados la sala. Sin embargo, no todos pensaban así. De hecho, algunos psiquiatras encontraron en las presiones gays alicientes inesperados. El Dr. Kent Robinson, por ejemplo, se entrevistó con Larry Littlejohn, uno de los dirigentes gays, y le confesó que creía que ese tipo de tácticas eran necesarias, ya que la APA se negaba sistemáticamente a dejar que los militantes gays aparecieran en el programa oficial. A continuación se dirigió a John Ewing, presidente del comité de programación, y le dijo que sería conveniente ceder a las pretensiones de los gays porque de lo contrario «no iban solamente a acabar con una parte» de la reunión anual de la APA. Según el testimonio de Bayer, «notando los términos coercitivos de la petición, Ewing aceptó rápidamente estipulando sólo que, de acuerdo con las reglas de la convención de la APA, un psiquiatra tenía que presidir la sesión propuesta». Que la APA se sospechaba con quién se enfrentaba se desprende del hecho de que contratara a unos expertos en seguridad para que evitaran más manifestaciones de violencia gay. No sirvió de nada.

El 3 de mayo de 1971, un grupo de activistas gays irrumpió en la reunión de psiquiatras del año y su dirigente, tras apoderarse del micrófono, les espetó que no tenían ningún derecho a discutir el tema de la homosexualidad y añadió: «Podéis tomar esto como una declaración de guerra contra vosotros». Según refiere Bayer, los gays se sirvieron a continuación de credenciales falsas para anegar el recinto y amenazaron a los que estaban a cargo de la exposición sobre tratamientos de la homosexualidad con destruir todo el material si no procedían a retirarlo inmediatamente. A continuación se inició un panel desarrollado por cinco militantes gays en el que defendieron la homosexualidad como un estilo de vida y atacaron a la psiquiatría como «el enemigo más peligroso de los homosexuales en la sociedad contemporánea». Dado que la inmensa mayoría de los psiquiatras podía ser más o menos competente, pero desde luego ni estaba acostumbrada a que sus pacientes les dijeran lo que debían hacer ni se caracterizaba por el dominio de las tácticas de presión violenta de grupos organizados, la victoria del lobby gay fue clamorosa. De hecho, para 1972, había logrado imponerse como una presencia obligada en la reunión anual de la APA. El año siguiente fue el de la gran ofensiva encaminada a que la APA borrara del DSM la mención de la homosexualidad. Las ponencias de psiquiatras especializados en el tema como Spitzer, Socarides, Bieber o McDevitt fueron ahogadas reduciendo su tiempo de exposición a un ridículo cuarto de hora mientras los dirigentes gays y algún psiquiatra políticamente correcto realizaban declaraciones ante la prensa en las que se anunciaba que «los médicos deciden que los homosexuales no son anormales».

Finalmente, la alianza de Kent Robinson, el lobby gay y Judd Marmor, que ambicionaba ser elegido presidente de la APA, sometió a discusión un documento cuya finalidad era eliminar la mención de la homosexualidad del DSM. Su aprobación, a pesar de la propaganda y de las presiones, no obtuvo más que el 58 por ciento de los votos. Se trataba, sin duda, de una mayoría cualificada para una decisión política pero un tanto sobrecogedora para un análisis científico de un problema médico. No obstante, buena parte de los miembros de la APA no estaban dispuestos a rendirse ante lo que consideraban una intromisión intolerable y violenta de la militancia gay. En 1980, el DSM incluyó entre los trastornos mentales una nueva dolencia de carácter homosexual conocida como ego-distónico. Con el término se había referencia a aquella homosexualidad que, a la vez, causaba un pesar persistente al que la padecía. En realidad, se trataba de una solución de compromiso para apaciguar a los psiquiatras -en su mayoría psicoanalistas- que seguían considerando la homosexualidad una dolencia psíquica y que consideraban una obligación médica y moral ofrecer tratamiento adecuado a los que la padecían. Se trató de un triunfo temporal frente a la influencia gay. En 1986, los activistas gays lograban expulsar aquella dolencia del nuevo DSM e incluso obtendrían un nuevo triunfo al lograr que también se excluyera la paidofilia de la lista de los trastornos psicológicos. En Estados Unidos, al menos estatutariamente, la homosexualidad -y la paidofilia- había dejado de ser una dolencia susceptible de tratamiento psiquiátrico. Cuestión aparte es que millares de psiquiatras aceptaran aquel paso porque la realidad es que hasta la fecha han seguido insistiendo en que la ideología política en este caso la del movimiento gay- no puede marcar sus decisiones a la ciencia y en que, al haber consentido en ello la APA, tal comportamiento sólo ha servido para privar a los enfermos del tratamiento que necesitaban. Se piense lo que se piense al respecto -y la falta de unanimidad médica debería ser una buena razón para optar por la prudencia en cuanto a las opiniones tajantes- la verdad era que la decisión final que afirmaba que la homosexualidad no era un trastorno psicológico había estado más basada en la acción política que en una consideración científica de la evidencia. Por ello, ética y científicamente no se diferenciaba mucho de aberraciones históricas como el proceso de Galileo o las purgas realizadas por Lysenko.

Por César VIDAL
La Razón, martes 31 de diciembre de 2002

viernes, 21 de diciembre de 2007

Más leña al fuego: Los cuidados democráticos de la psicosis

OS HE PUESTO EL RESTO DEL ARTÍCULO EN UN COMENTARIO. EL DR. TIZÓN ES PSIQUIATRA......

¡¡¡FELICES FIESTAS!!!

Dr. Jorge L. Tizón
Director del Equipo de Prevención
en Salud Mental -
EAPPP (Equip d'Atenció Precoç
als Pacients amb risc de
Psicosi). Barcelona
1. ¿Es necesaria una nueva “reforma
psiquiátrica”?
Los trastornos psicóticos son aquellos que
probablemente causan más sufrimiento y repercusiones
tanto a nivel psicológico (individual y familiar),
como económico y social. En la actual coyuntura
de la Europa “desarrollada”, hay que
contar con que, probablemente, el coste económico
del cuidado de una persona con ese tipo
de trastornos supone un mínimo de 12.000 euros
anuales si tenemos en cuenta no sólo los costos
en fármacos, internamientos, personal cuidante,
etc., es decir, los costos asistenciales, sino los
gastos totales. Por ejemplo, los costos económicos
y sociales que suponen las jornadas de trabajo
desaprovechadas tanto por el paciente
como por su familia en la “civilizada Europa”.
Como técnicos, como especialistas en el problema,
hemos de de confesar que nuestros resultados,
a pesar de ese consumo de medios y sufrimientos,
siguen siendo bien magros (Jablenski et
al. 1992; Olsen y Resenbaum 2006). Y mucho
más si se comparan esos resultados con los obtenidos
en el cuidado de este tipo de pacientes en
países “en vías de desarrollo”, en países que frecuentemente
no disponen de los “avances” proporcionados
por la medicina occidental: servicios
de ingreso, neurolépticos, sofisticadas intervenciones
psicosociales...
Pero es que tal vez deberíamos cuestionarnos
ya de forma urgente la “bondad” (o, si ustedes
quieren, la eficacia, eficiencia, efectividad, seguridad
y accesibilidad) de nuestros sistemas de
atención a las psicosis. En realidad, tal vez estamos
viviendo en unos países y en una época en
la cual ese tratamiento se ha reducido más, se ha
hecho más unidimensional, y corre el riesgo de
seguir avanzando en el mismo sentido. En realidad,
las tardes y noches de las calles de nuestras
ciudades, con su creciente plétora de “marginados
y sumergidos” transitando por ellas, durmiendo
en bancos, rincones, cajeros automáticos,
cornisas, estaciones, barracas, jardines,
cuchitriles, son una buena muestra de lo poco
eficaz y eficiente, o tal vez de la inaccesibilidad,
o tal vez de la inseguridad de nuestros sistemas
de ayuda a esas personas, muchas de ellas afectadas
de trastornos mentales graves cuando no
de marginaciones sociales graves. De hecho, es
un indicativo más de cómo los ciudadanos del
primer mundo, temerosos de perder nuestro nivel
de vida (confundido aquí con “nivel de consumo”),
estamos tolerando el progresivo estrangulamiento
de las libertades reales, el progresivo
estrangulamiento de nuestros sistemas democráticos.
Porque, a mi entender, la historia muestra que
el cuidado amplio, integral y acogedor de las
marginaciones, de los marginados y, de entre
ellos, de los más marginados de los marginados,
los “psicóticos”, mejora en los momentos de mayor
libertad, impulso cultural, democracia. Es
más: resulta un buen indicador del respeto a las
minorías, un elemento fundamental de la democracia
real, de la democracia social. Correlativamente,
se ve ferozmente restringido por los regímenes
autoritarios, las guerras, la opresión: Con
el máximo exponente del régimen nazi, durante
el cual, con la colaboración activa del establishment
psiquiátrico, gran parte de los pacientes
con trastornos mentales fueron esterilizados y
Los cuidados democráticos de la psicosis
como un indicador de democracia social.
Jorge L. Tizón1*
*Director del Equipo de Prevención
en Salud Mental -
EAPPP (Equip d'Atenció Precoç
als Pacients amb risc de
Psicosi) C/ Córsega 544,
08025-Barcelona . Tel 934
360 004 - Fax 934 355 303;
jtizon.pbcn@ics.scs.es
exterminados, naturalmente sin su consentimiento
(Müller Hill 1988,1991; Tizón 2002). En ese
sentido, la unidimensionalización actual del tratamiento
es una muestra más, indirecta pero muy
segura, de la unidimensionalización y restricción
de libertades de nuestras sociedades. Una restricción
en cuya consecución, la consigna de la
“guerra contra el terrorismo”–expresión máxima
del “pensamiento cero”–, está jugando un papel
descollante.
Como decía, posiblemente la capacidad de
integrar la marginación, y su forma más extrema,
la marginación interna y externa del paciente con
psicosis, es uno de los mejores indicadores de la
democracia real de una sociedad. En contrapartida,
el autoritarismo en nuestras instituciones
(incluídas las sanitarias), nuestras calles y nuestras
sociedades, conlleva un grado superlativo de
disminución de la libertad de tratamiento para
esos pacientes. El resultado es que, cuando aparentemente
poseemos más y más medios para
tratar esa “desviación”, más y más pacientes son
atendidos demasiado tarde o rompen los vínculos
con la asistencia. En consecuencia, la tendencia
psicosocial predominante de los pacientes
con psicosis, que he definido como la tendencia
a “perderse en los intersticios de la sociedad y
sus propios repliegues psíquicos”, últimamente
tal vez se está viendo cada día más ampliada y
reforzada.
Algún papel deben estar jugando en esa
posibilidad al menos dos situaciones sociales (o
socioculturales): Por un lado, ese aumento de la
intolerancia en nuestras sociedades de consumo
(que no de bienestar). Por otro, la progresiva unidimensionalización
y uniformización del pensamiento
psicopatológico y psiquiátrico. La psiquiatría
oficial de muchos países del “primer
mundo” es hoy tan equivalente a una especie de
“breviario psicofarmacológico”, que Mosher llegó
a permitirse la broma de nombrar a la APA
(American Psychiatric Association) como “APA:
American Psychopharmacologic Association”
(Mohser 2004). Desde luego, otras sociedades
psiquiátricas europeas van incluso por delante
en tan exitosa carrera. Y si ustedes tienen alguna
duda, revisen la literatura psiquiátrica, ciertamente
abundante, acerca de la “depresión resistente”
y la “esquizofrenia resistente”... Ahí pueden
tener ustedes una de las manifestaciones
más claras de esa unidimensionalización de las
terapéuticas psiquiátricas actuales, al menos en
algunos países “del primer mundo”: Comenzando
porque, cada vez más, nuestra A.P.A. y similares
hablan de enfermedades “resistentes”... Es
decir, por un lado, de enfermedades y no de
trastornos (error interesado, y no sólo de traducción,
sino epistemológico y teórico). Después, se
da a entender que son resistentes “al tratamiento”...
Y cuando uno lee esos trabajos, llega rápidamente
a la conclusión de que se trata de “depresiones”
y “esquizofrenias” cosificadas,
desvinculadas del sujeto que padece dichos
trastornos. “Enfermedades” que, además, son
tratadas en esas experiencias por medios exclusivamente
farmacológicos (cuando no funciona
el fármaco “a”, use el fármaco “b”), en servicios
a menudo sobresaturados, con personal no formado
para otros tipos de terapias (por ejemplo,
las psicosociales y las psicoterapias), con personal
desmotivado, desmoralizado, desinteresado
de la consideración del consultante como “sujeto”,
etc.
Por el contrario, los momentos históricos de
aumento global de las libertades en la polis, de
aumento de las libertades cívicas, suelen haber
corrido parejos con los intentos de integración
de las psicosis y los psicóticos: la creación por
parte de Rhazés de la primera sala para pacientes
con trastornos mentales en el maristán de
Bagdad, allá por el siglo IX de nuestra era, el
renacimiento europeo, la Europa posterior a la
revolución francesa, la URSS postrevolucionaria,
la Segunda República española, los intentos
ácratas y anarcosindicalistas de la revolución
española (1931-1937)...
28 Átopos
Átopos 29
Por eso es más lamentable, y muestra del
complejo y omnímodo poder que presiona en el
sentido marginador, el hecho de que se esté
dando ese proceso de marginación al tiempo
que, por ejemplo, en Catalunya y en España, los
presupuestos para “salud mental y asistencia psiquiátrica”
hayan crecido espectacularmente.
Cuando, además, con la investigación, nuestros
conocimientos sobre el tema y la atención al mismo
han crecido también de forma exponencial.
Pero, incluso estas dos afirmaciones, estos
dos últimos datos, ¿son reales o vuelven a ser
dos espejismos ideológicamente determinados?
Dos muestras para pensar: 1) Cierto que los presupuestos
para la salud mental han aumentado
de forma espectacular en los últimos años, gracias
a los cuidados de algunos gobiernos que se
han preocupado del tema. En la España de las
autonomías, salvo excepciones, ese incremento
presupuestario está vinculado con la subida al
poder autonómico de gobiernos de centroizquierda,
pero no únicamente a esas circunstancias.
Ahora bien: si nos acercamos un poco más,
podríamos ver, por ejemplo, que ya en el 2003,
el gasto en los cinco psicofármacos más vendidos
en Catalunya equivalía ... ¡al 65 % del resto
de los gastos totales en salud mental!. (Gastos
totales: Es decir, capítulo I y capítulo II: incluyendo
la construcción y amortización de edificios y
dispositivos, de material y suministros, los gastos
de personal, etc.). De forma tal que, al año siguiente
(2004), cada español estaba pagando
antidepresivos por valor de 2.738 pts. al año
(más de 16 €), a través de los presupuestos para
la Seguridad Social (SNS 2003,2004). Por tanto,
los consuma o no los consuma: y pronto quedarán
pocas familias que no los consuman. Es decir,
los gastos en “salud mental” (¿?) aumentan de
forma rápida, pero eso no significa que la salud
pública mejore (Ortiz y Lozano 2005), ni que los
dispositivos y cuidados en salud mental mejoren,
se reciclen, se reformen, se adapten a los nuevos
conocimientos... Más bien, a través de “programas
de colaboración con la atención primaria” y
otros programas similares, muchos psiquiatras
de los dispositivos de salud mental públicos se
están convirtiendo en delegados comerciales
–sin salario declarado– de los fabricantes de psicofármacos.
Durante años, y probablemente con
razón, hemos estado presionando por un aumento
del pastel presupuestario para los dispositivos
de salud mental... Pero tal vez no habíamos valorado
y tenido en cuenta con suficiente profundidad
la posibilidad de que, con nuestra connivencia,
una organización glotona está devorando el
pastel en la puerta misma de la pastelería.
El segundo dato que quería proporcionarles
se refiere a la investigación en psiquiatría y salud
mental. Es cierto que crece en nuestros días de
forma exponencial. Los datos proporcionados
por la OMS y otras organizaciones (2005), en el
sentido de que los trastornos mentales se están
convirtiendo en “el primer azote” de nuestro
mundo, contribuyen no poco a ese importante
crecimiento. Pero hay algo que llama la atención
inmediatamente: Con tanta y tanta investigación
que se realiza, ¡qué pocos cambios duraderos se
plasman en nuestros dispositivos y organizaciones
globales de salud mental! Nuestras instituciones
y nuestras redes asistenciales se han movido
muy poco (en organización y en modelos y técnicas)
en los últimos veinte años. Es la primera
constatación. La segunda se hace patente al mirar
con mayor detenimiento los datos de la estadística
“bruta”. Entonces encontramos, por ejemplo,
lo siguiente: De forma unidimensionalizada, se
suele considerar como excelencia en la investigación
lo que publican las publicaciones con “alto
factor de impacto” de la especialidad. Pero, aparte
de las trampas de dicho factor de medición de
la “excelencia”, declaradas incluso por participantes
en las mismas (Plos Medicine 2006), resulta
que el porcentaje de estudios financiados por
las compañías farmacéuticas había subido entre
1992 y 2002 desde el 25 al 57 %. Y ha seguido
subiendo. Y con interesantes factores y sesgos:
Los resultados favorables publicados son significativamente
más frecuentes en los estudios financiados
por la industria (78 %) que en los que no
poseen esa esponsorización (resultados favorables
en sólo el 48 %), o están financiados por un
competidor (los resultados favorables caen
entonces al 28 %). Y eso considerando tan sólo
las revistas más “científicas” (¿?) de nuestra especialidad,
las de mayor difusión y factor de impacto
mundial (Kelly et al 2006).
Tal vez va siendo hora de comenzar a pensar
en una “tercera o cuarta reforma psiquiátrica”.
¿Tercera o cuarta? Lo del ordinal es sólo un tema
histórico en el que aquí no puedo profundizar.
Sólo quiero recordar ideas muy generales sobre
los diversos pasos que la humanidad ha ido dando
para re-integrar en sus comunidades, con un
lugar adecuado en ellas, a los “locos”, los psicóticos;
a las personas, sujetos al fin y al cabo, que
padecen una psicosis. Primero, proporcionándoles
algún lugar donde vivir en el caso de que no
fueran acogidos por sus comunidades, movimiento
que se realizó en diversos pueblos y culturas
antes que en la nuestra: por ejemplo, en el
mundo árabe, a partir del siglo IX de nuestra era.
En la cristiandad una reforma similar tal vez tardó
más años o más siglos, pero las realizaciones en
Valencia del rey Martín “el Humano” y el padre
Jofré o determinadas actitudes antimarginación
de muchos de los teólogos españoles del siglo
de oro, como Bartolomé de las Casas y Francisco
de Vitoria, nos permiten hablar de una primera
reforma. La segunda, alrededor de la Revolución
francesa, sería la que les concedió los
derechos cívicos y, por lo tanto, los derechos a
un tratamiento como sujetos (de derecho), y a un
tratamiento psicológico (el “tratamiento moral”).
La tercera reforma, a finales del XX, la fundamentamos
en la abolición de los manicomios, de
los nosocomios: de casas de asilo y refugio, habían
llegado a convertirse nuevamente en marginadores
lugares e instituciones para disociar y
ocultar la marginación. Pero la creación de nuevos
servicios comunitarios en sustitución de esas
instituciones ha tenido un desarrollo desigual –y
hoy, cada día menos comunitario, al menos en su
orientación real. Tal vez por eso hemos de comenzar
a pensar en una nueva “reforma psiquiátrica”,
incluso en países y lugares, como el nuestro;
en países en los cuales la tercera reforma no
ha llegado a desarrollarse hasta el final. Tal vez
resulta urgente ya pensar en una nueva “reforma
a fondo”, y no sólo para los pacientes y los ámbitos
de los que estamos hablando: la trama de
especulación masiva para el sobrediagnóstico y
sobretratamiento de la “depresión”; el aventurerismo
ya no sólo antipsicológico, sino incluso
antineurológico ampliamente desplegado para
el tratamiento de millones de niños del “primer
mundo” con psicofármacos durante años, incluso
con derivados anfetamínicos; la medicalización
y psiquiatrización masiva de los procesos de
duelo y ante las pérdidas afectivas; la creación y
re-creación de novísimas “enfermedades psiquiátricas”
siempre con una base genética segura,
pero siempre evanescente, son otros muchos
ejemplos y ámbitos que hacen pensar en la
necesidad de tal reforma (¿o ruptura?). Un nuevo
rumbo a proponer incluso en países y lugares,
como el nuestro, en los cuales la “tercera reforma”
no ha llegado a desarrollarse completamente.
Una nueva reforma que indudablemente, habrá
de incluir la revalorización de la importancia
de los aspectos cuidantes de los núcleos vivenciales
naturales de la población y de su red social.
Consecuentemente, una revalorización de
las relaciones humanas y de las relaciones sociales
para dichos cuidados

sábado, 15 de diciembre de 2007

Más polemica; me compré el libro hace unos días, ya os contaré


Los psiquiatras cargan contra el libro «La invención de trastornos mentales»

La Sociedad Asturiana de Psiquiatría tilda de inmorales a los dos profesores de Psicología autores de la obra.

Oviedo, A. VILLACORTA

«Hablar de la invención de las enfermedades mentales en un país donde hay más de 400.000 personas que sufren esquizofrenia no sólo es frívolo, es inmoral. Seguramente es una mezcla de ignorancia -se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados que en Asturias sufren un trastorno mental severo- y de intereses espurios, bien personales o corporativos».

Ésta es una de las cargas de profundidad con las que la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, a través del psiquiatra Marcos Huerta, miembro de su junta directiva, se defendió ayer de las críticas vertidas hacia los profesionales de esta disciplina por Marino Pérez y Héctor González Pardo, catedrático y profesor titular, respectivamente, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, en su libro «La invención de trastornos mentales», que acaba de ser publicado por Alianza Editorial.

En la obra, que ha tenido una gran repercusión en todo el país, estos dos profesores universitarios, expertos en psicofarmacología y psicología clínica, denuncian que «la escalada de desórdenes psiquiátricos que vivimos tiene mucho que ver con los intereses comerciales de la industria farmacéutica y con la complacencia de profesionales y pacientes». O lo que es lo mismo: que enfermedades como la depresión que las generaciones precedentes no habrían considerado más que problemas de la vida cotidiana han sido creadas por las multinacionales para vender medicamentos con la connivencia de los psiquiatras.

La Sociedad Asturiana de Psiquiatría remarca la «total coincidencia» de los argumentos desgranados por estos autores en el libro «con la iglesia de la Cienciología» y explica la «situación peculiar en la que se encuentran los médicos». «Por un lado», explican, «todo el mundo quiere ser médico: colegios profesionales de psicología y enfermería reclaman poder prescribir fármacos, los farmacéuticos demandan participar oficialmente en la atención y se multiplican las series televisivas con émulos de Sherlock en hospitales de ensueño». Mientras que, por otro, afirman los psiquiatras, «existe una presión mediática a favor de las "terapias alternativas", de parir en casa o bajo el agua, se insiste desde agrupaciones culturales altamente ideologizadas sobre la "medicalización" de la sociedad, sin que se profundice en la crítica global, ya innecesaria, una vez señalados determinados "cocos" del imaginario propio». En esta encrucijada, argumentan, «cualquiera, sin el menor conocimiento, o que tenga una visión sesgada, por incompleta, de las cosas, se atreve a hacer críticas globales».

Ahora bien, contraataca la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, «no puede haber crítica sin autocrítica». Y así, dicen, «sorprende que nadie hable, ya que probablemente es ideológicamente más aceptable, de la psicologización absurda de lo cotidiano. De suerte que, por ejemplo, en la desgracia, en vez de sufrir el dolor íntimo de la pérdida, podemos vernos asaltados por un comando de psicólogos enviado a la sazón por nuestros gestores para curarnos de la pena y "apoyarnos" en nuestros momentos de zozobra». A esta tendencia observada en las administraciones públicas se suma «una presión social formidable para que se den carta de naturaleza a patologías de más que dudoso rigor»: «Son otros los interesados en que se consideren diagnósticos válidos el "mobbing", el "síndrome de alienación parental" o las llamadas "nuevas adicciones"».

«¿Veremos, próximamente, algún otro imprescindible libro sobre estos temas?», se preguntan. Porque la realidad es, según estos facultativos, «que en la misma cultura en la que vale todo, porque todo es opinable, nadie quiere ser responsable de su biografía».

«Ahora bien, mantener que la depresión como patología médica es un invento de médicos y empresas farmacéuticas sólo se puede entender desde la estulticia o la mala fe», concluyen con datos de la Organización Mundial de la Salud, que sostiene que «los trastornos depresivos son la causa principal de años perdidos por discapacidades en todas las edades, por encima de los accidentes de tráfico, las enfermedades cerebrovasculares, la diabetes o el sida». Y apelan a «las víctimas de la ceremonia de confusión que algunos sacerdotes preconciliares, ordenados en los tiempos de la antipsiquiatría, montan desde sus púlpitos»: «Son los enfermos y sus familias, que no sólo a través de esta promoción de la ignorancia ven aumentado el estigma que sufren, sino que, al no cumplir con el tratamiento, pueden tener nuevas recaídas».

RESPUESTA DE HÉCTOR GONZÁLEZ PARDO Y MARINO PÉREZ ÁLVAREZ (AUTORES DEL LIBRO)

Ciertamente, nos ha sorprendido la carga que hacen los psiquiatras contra nuestro libro «La invención de trastornos mentales» (La Nueva España, domingo 2 de diciembre). Nos ha sorprendido el tono bruto y agresivo, máxime al venir en nombre de una muy digna sociedad científica y profesional como es la Sociedad Asturiana de Psiquiatría. De todos modos, nuestra respuesta va dirigida en particular a Marcos Huerta, si bien nos mantendremos en un nivel por encima del suelo.

Nos da la impresión de que la suya es una reacción al título del libro, pero no a su argumento. Probablemente, nuestro crítico no ha leído el libro y, en su caso, no lo ha entendido, porque de otra manera no se explica el exabrupto. Para empezar, el libro no va contra los psiquiatras, sino contra la concepción que hace pasar los trastornos mentales como si fueran una «enfermedad más cualquiera», sea ello defendido por psiquiatras o por psicólogos. Por otra parte, no faltan psiquiatras que ven y denuncian esta tendenciosa tendencia. De hecho, libros similares al nuestro han sido escritos por psiquiatras recientemente. Bastaría echar una ojeada al índice de nuestro libro para ver que una de sus tres partes se titula «Desenmascaramiento de la psiquiatría y la psicología clínica».
¿Qué quiere decir «invención»? Nosotros llamamos «invención» a esa concepción que hace pasar los trastornos mentales como si fueran una «enfermedad más cualquiera». Está muy claro en el libro que esta invención no la hacen los profesionales, no es una invención de la nada y una vez hecha la invención no deja de ser algo real.

La invención de supuestas «enfermedades mentales» no la hacen los profesionales en la práctica clínica, sino que es un fenómeno a escala cultural que, entre otros factores, incluye la cultura clínica de la gente y la formación facultativa de los propios clínicos, en cuyo proceso sin duda es importante la industria farmacéutica con su marketing dirigido expresamente a la sensibilización de la población y de los profesionales so pretexto de información. En este sentido, los profesionales son a menudo ellos mismos más unos «mandados» y «víctimas» del sistema que propiamente inventores de nada. Como muchos psiquiatras han denunciado, la psiquiatría está hoy en buena medida en manos de la industria farmacéutica.

La invención de supuestas «enfermedades mentales» no se realiza a partir de la nada, de hecho los trastornos mentales existen. La invención como enfermedades se hace a partir de los problemas que tiene la gente, por los que va a consulta. La tesis que nosotros defendemos es que la invención de supuestas enfermedades deriva de los problemas de la vida (conflictos, decepciones, pérdidas, agobios, dificultades, fracasos, etcétera). Es una tesis polémica y discutible, pero clara, decidida y fundada. Esta tesis no excluye posibles factores neurobiológicos, pero tampoco los pone por delante como causas. Por cierto, no hay todavía al día de hoy establecida ninguna causa biológica de ningún trastorno psicológico por muy «enfermedad mental» que se diga. Es más, posibles factores biológicos concomitantes a un trastorno puede que sean más consecuencias del trastorno que supuestas causas del mismo. Por el contrario, lo que sí está establecido es que los factores psicológicos están implicados en el desarrollo de los trastornos mentales. Esta tesis es lo que habría que discutir y no reaccionar sin más al título del libro.

La invención de supuestas «enfermedades mentales», una vez hecha, no deja de dar lugar a productos reales. El paciente que «sale» con un diagnóstico, valga por caso, de «fobia social» y la correspondiente medicación, por citar uno de los últimos inventos, acaso tenga una «enfermedad mental»: así se lo han dicho o dado a entender y así probablemente viva y entienda su problema, de no ser así ¿por qué recibe medicación? Llegados a este punto, nosotros no negaríamos que esa supuesta «enfermedad mental» sea un hecho real, lo que planteamos es cómo se ha hecho real.
Cuestión ontológica. En el libro mostramos cómo ciertos problemas de la vida y a veces ni siquiera problemas, por ejemplo, simples estilos de comportamiento o maneras de ser como la timidez se han convertido en trastornos mentales que a menudo se hacen pasar por enfermedades de supuesta base neurobiológica (los tan socorridos desequilibrios neuroquímicos). Pero nuestro argumento no queda en la mera denuncia de esa patologización (psiquiatrización o psicologización, que nos da igual) de la vida cotidiana, por lo demás conocido. Otros libros ya lo han hecho. Lo que hace a nuestro libro único, permítase decirlo, es que plantea cómo es posible que algo que es un problema de la vida o incluso ni siquiera un problema llega a ser todo un trastorno y aun una «enfermedad mental». Ésta es una cuestión ontológica acerca de cuál es la naturaleza y el modo de ser de los trastornos mentales.

La conclusión a la que llegamos es que ello es posible porque los trastornos mentales, sin dejar de ser reales y algunos suponer un enorme sufrimiento, lejos de ser entidades naturales como, por ejemplo, la diabetes, la hepatitis o el alzheimer (éstas sí son enfermedades) son entidades interactivas (en el sentido de Ian Hacking), susceptibles de ser influidas (modeladas y reconstruidas) por el conocimiento que se tenga de ellas, incluyendo la cultura clínica de la gente, la sensibilización de la población y las prácticas clínicas (teorías, diagnósticos, técnicas, etcétera). Por eso pueden terminar como supuestas enfermedades, pero no porque estuvieran ahí dadas esperando a ser descubiertas (diagnosticadas), sino por una serie de factores y actores implicados en una escala cultural, como se decía. Nuestro psiquiatra crítico reconocerá que la suya es la única especialidad médica que no trata propiamente con enfermedades, sino con síndromes, conjuntos de síntomas que pueden y suelen reorganizarse de una manera práctica, y ahí habrá que preguntarse ahora ¿práctica para qué y para quién? (¿para recetar?, ¿para entender el problema?, ¿para hacer estadísticas?, etcétera).
¿Por qué contra la consideración de «enfermedad»? Pero ¿cuál es el caso contra las supuestas «enfermedades mentales», si es una manera práctica de entenderse y de dar solución a los problemas de la gente? Ésta sería una buena cuestión para el crítico, si entrara en el libro. Por lo que a nosotros respecta, diremos que es una mala y tendenciosa solución, por las siguientes razones, dejando aparte, lo que es mucho dejar, que no serían enfermedades más que por analogía.

En primer lugar, la adopción casi ya convencional de los trastornos mentales como enfermedades no ha reducido el estigma, según se pensaba iba a suceder, supuesto que la noción de «enfermedad» no implica valoraciones personales. Sin embargo, estudios recientes muestran que el estigma ha aumentado tanto en la población como en los propios clínicos, ya que unos y otros ven a los «enfermos mentales» como siendo imprevisibles e incontrolados y los tratan con distancia, sin considerar el significado de sus síntomas al suponer que derivan de algún desequilibrio neuroquímico.

En segundo lugar, los propios pacientes adoptan el papel pasivo de paciente, quedando a expensas de que la medicación solucione su problema. Nuestra concepción es que las personas, en vez de pacientes, pueden y deben ser agentes autosanadores activos. Las intervenciones psicológicas van por este lado. En tercer lugar, la noción de enfermedad desvía la atención de las verdaderas condiciones de las que dependen los trastornos mentales, que a nuestro juicio se encuentran en los problemas de la vida y en las maneras que tienen las personas de tratar con ellos.

En cuarto lugar, pero no menos importante, la concepción de enfermedad está funcionando en realidad como justificación de la medicación masiva a la que hemos llegado. Sin tener nada en contra de la medicación, por principio, lo cierto es que se usa abusivamente. Aparte de sus posibles efectos nocivos (entre ellos efectos secundarios y adicciones), la medicación está suponiendo un enorme gasto sanitario (y por su lado un enorme negocio), sin ser la mejor solución posible, a juzgar por la escalada de consumo, indicativa de que las cosas van a peor, porque, si no, no sería necesario más y más remedio de lo mismo. Es interesante recordar aquí una propuesta inglesa, con base en criterios económicos y de eficacia terapéutica, según la cual no se debería aplicar medicación para la depresión antes de diez sesiones de terapia psicológica, sabido que ésta es la solución por la que se debiera empezar.

En fin, siendo éste el tema de nuestro libro, se comprenderá que nos haya sorprendido la reacción sin duda inapropiada de M. H. Por un momento hemos creído en la medicación como primera línea de actuación, pero aún creemos más en que la explicación adecuada es lo que hace a la gente más juiciosa.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Albert Ellis: un campeón para los neuróticos...y los psicóticos

HOY, BICHEANDO UN RATO, ME HE TOPADO CON QUE ELLIS FALLECIÓ EN JULIO. HE QUERIDO DEDICARLE ESTE ESPACIO A ESTE PSICÓLOGO CLÍNICO. HE COMPROBADO PERSONALMENTE QUE SU ENFOQUE PUEDE SER ÚTIL PARA NEURÓTICOS Y PSICÓTICOS.

SÍ, PSICÓTICOS, ELLOS TAMBIÉN SON CAPACES DE HACER PRUEBAS EMPÍRICAS DE LA REALIDAD Y DE DEBATIR FILOSÓFICAMENTE SOBRE SU SITUACIÓN VITAL.

BUEN TRABAJO DON ALBERT!


FALLECIMIENTO DE ALBERT ELLIS, CREADOR DE LA TREC
Autor: Jesús Cánive Orive
El pasado 24 de de Julio falleció en Nueva York, a la edad de 93 años, el Dr. Albert Ellis, creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). Considerado por muchos como el padre de las terapias cognitivas actuales, era uno de los psicoterapeutas más influyentes y respetados, que deja tras de si una extensa obra en la que trabajó hasta el último momento.
Nacido en Pittsburg el 27 de Septiembre de 1013, se doctoró en Psicología Clínica en la Universidad de Columbia. Practicó el Psicoanálisis entre 1947 y 1953, fecha en la que dejó de llamarse a sí mismo psicoanalista al haber perdido su confianza en la eficacia de dicha terapia. Es entonces cuando empieza a desarrollar la Terapia Racional Emotiva.
A finales de los años 40 dio clases en la Universidad de Nueva York y fue Jefe de Psicología Clínica del New Jersey Diagnotic Center y posteriormente en el New Jersey Deparment of Institutions and Agencies.
La TREC es considerada hoy como un enfoque pionero de aproximación a la psicoterapia y la base de todas las terapias cognitivo-conductuales modernas. En 2003 la American Psychological Associattion nombró a Albert Ellis como el segundo psicólogo más influyente del siglo XX, tras Carl Rogers.
En 2005 Ellis publicó su libro número 78, The Mith of Self Esteem (El mito de la autoestima). Actualmente se encontraba trabajando en un libro de texto para colegios junto con el Dr. Mike Abrams y la Dra. Lidia Abrams que verá la luz a final del presente año. Entre los títulos más importantes publicados por A. Ellis, cabe destacar: Reason and Emotion in Pshychotherapy (Razón y Emoción en Psicoterapia), How to Live with a Neurotic (Cómo vivir con un neurótico) A Guide to Rational Living (Guía para una vida racional), How to Control Your Anger Before It Controls You (Cómo controlar su ira antes de que ella le controle a usted).
En 1960 el Dr. Ellis fundó en Nueva York el instituto que lleva su nombre en el que, además de la actividad como Clínica de Psicología, se han formado miles de terapeutas de todo el mundo. Desde 2005 A. Ellis ya no participaba en la dirección de dicha institución.
La TREC es una terapia activa en la que se persigue el cambio emocional y conductual mediante la identificación y posterior sustitución de los pensamientos irracionales causantes de los estados emocionales alterados.
El modelo se basa en el concepto de la influencia de los pensamientos en las emociones, expresado con la frase: "No son los hechos, sino lo que pensamos sobre los hechos, lo que nos perturba", concepto originalmente propuesto por Epicuro en el siglo cuarto A.C. El énfasis de la TREC está en el cambio profundo en la filosofía de vida y no meramente en una remisión de los síntomas. Para ello se enfatiza el aquí y ahora, más que el pasado de la persona.
El concepto humanista de "autoaceptación", de la TREC hace hincapié en calificar a nuestras conductas pero nunca a nosotros mismos como personas. Aunque las conductas pueden ser correctas o erróneas, las personas son todas valiosas.
Para la eliminación de las demandas absolutas, la TREC propone inicialmente el abordaje científico, a nivel cognitivo, que consiste en el contraste empírico, pragmático y lógico de las creencias causantes de la alteración, para de esta forma, desvelar su naturaleza irracional. Dentro del amplio campo de las psicoterapias de orientación cognitivo-conductual, la TREC ha resultado especialmente útil en el abordaje de la ira, las frustraciones, la fobia social, la timidez y las disfunciones sexuales.

Dr. C. George Boeree
Traducción al castellano: Dr. Rafael Gautier
Desde que empecé a colocar a todos estas teorías en Internet, he recibido solicitudes diversas de que añadiera este u otro autor ¡con notas adicionales que me decían lo tonto que había sido por dejar de mencionar a tal genio!. En este sentido, por ejemplo, añadí a Allport por esta razón, pero la mayoría de los autores no, dado que aunque la mayoría de los escritores amamos a los genios, el genio raramente es sobrepasado por teóricos como Rogers o Horney, y mucho menos por Jung o Binswanger. Pero Albert Ellis…¡me llamó la atención!. Aún cuando se le considera un teórico “clínico”, esto es, inclinado prioritariamente a desarrollar un tipo de terapia, es, en mi opinión, tan sofisticado como cualquiera.
Para simplificar mi vida un poco, me he tomado la libertad con el permiso del Instituto Albert Ellis (HIPERVÍNCULO http://www.rebt.org/), de recoger dos artículos para presentar la teoría de Ellis.
De A Sketch of Albert Ellis (Un bosquejo de Albert Ellis) de Gary Greeg.
Ellis nació en Pittsburg en 1913 y se crió en Nueva York. Se sobrepuso a una infancia difícil usando su cabeza, volviéndose, en sus propias palabras, “un solucionador de problemas terco y pronunciado”. Un problema renal grave desvió su atención de los deportes a los libros, y la disensión en su familia (sus padres se divorciaron cuando él tenía 12 años) le condujeron a trabajar sobre la comprensión de los demás.
En el instituto Ellis concentró su atención en hacerse el Gran Novelista Americano. Consideró la posibilidad de estudiar contabilidad en la universidad; en hacer suficiente dinero como para retirarse a los 30 y escribir sin la presión de la necesidad económica. La Gran Depresión estadounidense puso punto final a su anhelo, pero logró llegar a la universidad en 1934, graduándose en administración de empresas en la City University of New York. Su primera incursión aventurera en el mundo empresarial fue la de un negocio de parches de pantalones junto a su hermano. Buscaron juntos en tiendas de vestidos todos aquellos pantalones que necesitasen remates para adaptar igualmente los abrigos de sus clientes. En 1938, Albert llegó al puesto de director de personal de una firma novedosa.
Ellis empleó la mayoría de su tiempo libre en escribir historias cortas, obras teatrales, novelas, poesía cómica, ensayos y libros de no-ficción. Cuando alcanzó los 28 años, ya había terminado al menos dos docenas de manuscritos completos, pero aún no había logrado que se los publicasen. Se percató entonces de que su futuro no descansaría sobre la escritura de ficción, por lo que se dedicó exclusivamente a la no-ficción, a promover lo que él llamaría la “revolución sexual-familiar”.
A medida que Ellis recolectaba más y más material de un tratado llamado “The Case for Sexual Liberty” (La Causa por la Libertad Sexual), muchos de sus amigos empezaron a considerarle como una especie de experto en la materia. Con frecuencia le pedían consejos, y Ellis descubrió que le encantaba la asesoría tanto como escribir. En 1942 volvió a la universidad y se apuntó en un programa de psicología clínica en la Universidad de Columbia. Empezó su práctica clínica a tiempo parcial para familias y como consejero sexual casi inmediatamente después de recibir su título de maestría en 1943.
En el momento en que la Universidad de Columbia le premió con su doctorado en 1947, Ellis llegó a la convicción de que el psicoanálisis era la forma más profunda y efectiva de terapia. Decidió entonces alistarse en un análisis didáctico y se volvió “un analista brillante en los siguientes años”. En aquel momento, el instituto psicoanalítico rechazaba entrenar a psicoanalistas que no fueran médicos, pero esto no impidió que Ellis encontrase un analista dispuesto a llevar a cabo su entrenamiento dentro del grupo de Karen Horney. Ellis completó su análisis y empezó a practicar psicoanálisis clásico bajo la dirección de su maestro.
A finales de los 40 ya enseñaba en la Rutgers y en la Universidad de Nueva York y era el jefe de psicología clínica en el New Jersey Diagnostic Center y posteriormente en el New Jersey Department of Institutions and Agencies.
Pero la fe de Ellis en el psicoanálisis rápidamente se fue abajo. Descubrió que cuando atendía a sus clientes solo una vez a la semana o incluso cada dos semanas, progresaban igualmente que cuando les veía diariamente. Empezó a adoptar un papel más activo, combinando consejos e interpretaciones directas de la misma forma que hacía cuando aconsejaba a familias o en problemas sexuales. Sus pacientes parecían mejorar más rápidamente que cuando utilizaba procedimientos psicoanalíticos pasivos. Y esto sin olvidar que antes de estar en análisis, ya había trabajado muchos de sus propios problemas a través de las lecturas y prácticas de filosofías de Epícteto, Marco Aurelio, Spinoza y Bertrand Russell, enseñándoles a sus clientes los mimos principios que le habían valido a él.
En 1955 Ellis ya había abandonado completamente el psicoanálisis, sustituyendo la técnica por otra centrada en el cambio de las personas a través de la confrontación de sus creencias irracionales y persuadiéndoles para que adoptaran ideas racionales. Este papel hacía que Ellis se sintiese más cómodo, dado que podía ser más honesto consigo mismo. “Cuando me volví racional-emotivo”, dijo una vez, “mis propios procesos de personalidad verdaderamente empezaron a vibrar”.
Publicó su primer libro en REBT (siglas en inglés para Terapia Racional Emotiva) “How to Live with a Neurotic” (Como Vivir con un Neurótico) en 1957. Dos años más tarde constituyó el Institute for Rational Living (Instituto para una Vida Racional), donde se impartían cursos de formación para enseñar sus principios a otros terapeutas. Su primer gran éxito literario, The Art and Science of love (El Arte y Ciencia del Amor), apareció en 1960 y hasta el momento ha publicado 54 libros y más de 600 artículos sobre REBT, sexo y matrimonio. Actualmente es el Presidente del Instituto de Terapia Racional-Emotiva de Nueva York, el cual ofrece un programa de entrenamiento completo y gestiona una gran clínica psicológica.

Teoría
REBT (Terapia Conductual Racional Emotiva) se define por el ABC en inglés. La A se designa por la activación de las experiencias, tales como problemas familiares, insatisfacción laboral, traumas infantiles tempranos y todo aquello que podamos enmarcar como productor de infelicidad. La B se refiere a creencias (beliefs) o ideas, básicamente irracionales y autoacusatorias que provocan sentimientos de infelicidad actuales. Y la C corresponde a las consecuencias o aquellos síntomas neuróticos y emociones negativas tales como el pánico depresivo y la rabia, que surgen a partir de nuestras creencias.
Aún cuando la activación de nuestras experiencias puede ser bastante real y causar un gran monto de dolor, son nuestras creencias las que le dan el calificativo de larga estancia y de mantener problemas a largo plazo. Ellis añade una letra D y una E al ABC: El terapeuta debe disputar (D) las creencias irracionales, de manera que el cliente pueda a la postre disfrutar de los efectos psicológicos positivos (E) de ideas racionales.
Por ejemplo, “una persona deprimida se siente triste y sola dado que erróneamente piensa que es inadecuado y abandonado”. En la actualidad una persona depresiva puede funcionar tan bien como una no depresiva, por lo que el terapeuta debe demostrar al paciente sus éxitos y atacar la creencia de inadecuación, más que abalanzarse sobre el síntoma en sí mismo.
A pesar de que no es importante para la terapia ubicar la fuente de estas creencias irracionales, se entiende que son el resultado de un “condicionamiento filosófico”, o hábitos no muy distintos a aquel que nos hace movernos a coger el teléfono cuando suena. Más tarde, Ellis diría que estos hábitos están programados biológicamente para ser susceptibles a este tipo de condicionamiento.
Estas creencias toman la forma de afirmaciones absolutas. En vez de aceptarlas como deseos o preferencias, hacemos demandas excesivas sobre los demás, o nos convencemos de que tenemos necesidades abrumadoras. Existe una gran variedad de “errores de pensamiento” típicos en los que la gente se pierde, incluyendo…
1 Ignorar lo positivo 2 Exagerar lo negativo, y 3 Generalizar
Es como negarse al hecho de que tengo algunos amigos o que he tenido unos pocos éxitos. Puedo explayarme o exagerar la proporción del daño que he sufrido. Puedo convencerme de que nadie me quiere, o de que siempre meto la pata.
Hay 12 ejemplos de creencias irracionales que Ellis menciona con frecuencia:
12 Ideas Irracionales que Causan y Sustentan a la Neurosis
La idea de que existe una tremenda necesidad en los adultos de ser amados por otros significativos en prácticamente cualquier actividad; en vez de concentrarse en su propio respeto personal, o buscando aprobación con fines prácticos, y en amar en vez de ser amados.
La idea de que ciertos actos son feos o perversos, por lo que los demás deben rechazar a las personas que los cometen; en vez de la idea de que ciertos actos son autodefensivos o antisociales, y que las personas que cometan estos actos se comportan de manera estúpida, ignorante o neurótica, y sería mejor que recibieran ayuda. Los comportamientos como estos no hacen que los sujetos que los actúan sean corruptos.
La idea de que es horrible cuando las cosas no son como nos gustaría que fueran; en vez de considerar la idea de que las cosas están muy mal y por tanto deberíamos cambiar o controlar las condiciones adversas de manera que puedan llegar a ser más satisfactorias; y si esto no es posible tendremos que ir aceptando que algunas cosas son así.
La idea de que la miseria humana está causada invariablemente por factores externos y se nos impone por gente y eventos extraños a nosotros; en vez de la idea de que la neurosis es causada en su mayoría por el punto de vista que tomamos con respecto a condiciones desafortunadas.
La idea de que si algo es o podría ser peligroso o aterrador, deberíamos estar tremendamente obsesionados y desaforados con ello; en vez de la idea de que debemos enfrentar de forma franca y directa lo peligroso; y si esto no es posible, aceptar lo inevitable.
La idea de que es más fácil eludir que enfrentar las dificultades de la vida y las responsabilidades personales; en vez de la idea de que eso que llamamos “dejarlo estar” o “dejarlo pasar” es usualmente mucho más duro a largo plazo.
La idea de que necesitamos de forma absoluta otra cosa más grande o más fuerte que nosotros en la que apoyarnos; en vez de la idea de que es mejor asumir los riesgos que contempla el pensar y actuar de forma menos dependiente.
La idea de que siempre debemos ser absolutamente competentes, inteligentes y ambiciosos en todos los aspectos; en vez de la idea de que podríamos haberlo hecho mejor más que necesitar hacerlo siempre bien y aceptarnos como criaturas bastante imperfectas, que tienen limitaciones y falibilidades humanas.
La idea de que si algo nos afectó considerablemente, permanecerá haciéndolo durante toda nuestra vida; en vez de la idea de que podemos aprender de nuestras experiencias pasadas sin estar extremadamente atados o preocupados por ellas.
La idea de que debemos tener un control preciso y perfecto sobre las cosas; en vez de la idea de que el mundo está lleno de probabilidades y cambios, y que aún así, debemos disfrutar de la vida a pesar de estos “inconvenientes”.
La idea de que la felicidad humana puede lograrse a través de la inercia y la inactividad; en vez de la idea de que tendemos a ser felices cuando estamos vitalmente inmersos en actividades dirigidas a la creatividad, o cuando nos embarcamos en proyectos más allá de nosotros o nos damos a los demás.
La idea de que no tenemos control sobre nuestras emociones y que no podemos evitar sentirnos alterados con respecto a las cosas de la vida; en vez de la idea de que poseemos un control real sobre nuestras emociones destructivas si escogemos trabajar en contra de la hipótesis masturbatoria, la cual usualmente fomentamos.
(Extracto de The Essence of Rational Emotive Behavior Therapy de Albert Ellis, Ph D. Revisado, mayo 1994).
Para simplificar, Ellis también menciona las tres creencias irracionales principales:
“Debo ser increíblemente competente, o de lo contrario no valgo nada”. “Los demás deben considerarme; o son absolutamente estúpidos”. “El mundo siempre debe proveerme de felicidad, o me moriré”.
El terapeuta utiliza su pericia para argumentar en contra de estas ideas irracionales en la terapia o, incluso mejor, conduce a su paciente a que se haga él mismo estos argumentos. Por ejemplo, el terapeuta podría preguntar…
¿Hay alguna evidencia que sustenten estas creencias? ¿Cuál es la evidencia para enfrentarnos a esta creencia? ¿Qué es lo peor que puede ocurrirle si abandona esta creencia? ¿Y qué es lo mejor que puede sucederle?
Además de la argumentación, el terapeuta REBT se asiste de cualquier otra técnica que ayude al paciente a cambiar sus creencias. Se podría usar terapia de grupo, refuerzo positivo incondicional, proveer de actividades de riesgo-recompensa, entrenamiento en asertividad, entrenamiento en empatía, quizás utilizando técnicas de rol-playing para lograrlo, impulsar el auto-control a través de técnicas de modificación de conducta, desensibilización sistemática y así sucesivamente.
Auto-aceptación Incondicional
Ellis se ha ido encaminando a reforzar cada vez más la importancia de lo que llama “auto-aceptación incondicional”. Él dice que en la REBT, nadie es rechazado, aún sin importar cuán desastrosas sean sus acciones, y debemos aceptarnos por lo que somos más que por lo que hemos hecho.
Una de las formas que menciona para lograr esto es convencer al paciente de su valor intrínseco como ser humano. El solo hecho de estar vivo ya provee de un valor en sí mismo.
Ellis observa que la mayoría de las teorías hacen mucho hincapié en la autoestima y fuerza del yo y conceptos similares. Nosotros evaluamos de forma natural a las criaturas, y esto no tiene nada de malo, pero de la evaluación que hacemos de nuestros rasgos y acciones, llegamos a evaluar esa entidad holística vaga llamada “self”. ¿Cómo podemos hacer esto?; ¿Y qué bien hace?. Ellis cree que solo provoca daño.
Ahí están, precisamente, las razones legítimas para promover el propio self o ego: Queremos mantenernos vivos y estar sanos, queremos disfrutar de la vida y demás. Pero existen muchas otras formas de promover el ego o self que resulta dañino, tal y como explica a través de los siguientes ejemplos:
Soy especial o soy detestable. Debo ser amado o cuidado. Debo ser inmortal. Soy o bueno o malo. Debo probarme a mí mismo. Debo tener todo lo que deseo.
Ellis cree firmemente que la autoevaluación conduce a la depresión y a la represión, así como a la evitación del cambio. ¡Lo mejor para la salud humana es que deberíamos detenernos a evaluarnos entre todos!.
Pero quizás esta idea sobre el ego o el self está sobrevalorada. Ellis es especialmente escéptico sobre la existencia de un “verdadero” self, como Horney o Rogers. Particularmente le disgusta la idea de que exista un conflicto entre un self promovido por la actualización versus otro promovido por la sociedad. De hecho, dice, la propia naturaleza y la propia sociedad más bien se apoyan entre sí, en vez de ser conceptos antagónicos.
Realmente él no percibe ninguna evidencia de la existencia de un self transpersonal o alma. El budismo, por ejemplo, se las arregla bien sin tomar en cuenta esto. Y Ellis es bastante escéptico con respecto a los estados alterados de consciencia de las tradiciones místicas y las recomendaciones de la psicología transpersonal. De hecho, ¡considera a estos estados más irreales que trascendentes!.
Por otra parte, Ellis considera que su abordaje surge de la antigua tradición estoica, apoyada por filósofos tales como Spinoza. También considera que existen similitudes con el existencialismo y la psicología existencialista. Cualquier acercamiento que coloque la responsabilidad sobre los hombros del individuo con sus creencias, tendrá aspectos comunes con la REBT de Ellis.

lunes, 3 de diciembre de 2007

¿Enfermedades inventadas? Tema polémico


Entrevista publicada en La Vanguardia
el 29 de noviembre a Marino Pérez Álvarez, psicólogo clínico.


Tengo 55 años. Nací en Oviedo, donde soy catedrático y
profesor de Psicología de la Personalidad, Evaluación
y Tratamientos en la universidad. Soltero y sin hijos.
Me interesan las políticas con alta sensibilidad
social. Soy ateo, pero partidario del catolicismo
civil

¿Los trastornos mentales se inventan?

Sí. Según el Manual diagnóstico y estadístico de
trastornos mentales, en los últimos 50 años, sobre
todo a partir de los 80, dichos trastornos han crecido
un 200%.

¿A qué se debe?

Al marketing farmacéutico, a la promoción de
medicamentos a costa de definir supuestas
enfermedades. Problemas de la vida que no eran
relevantes, o que las personas entendían y trataban
sin calificarlos de enfermedad, fueron capitalizados
por la industria farmacéutica para comercializar
fármacos.

¿Por ejemplo?

La fobia social responde a una estrategia de convertir
la timidez, una manera de ser, en una categoría
diagnóstica que ahora se asume como una enfermedad con
base biológica. Lo mismo ocurre con el trastorno de
pánico.

¿Temor súbito ante una situación?

Sí; en realidad es una derivación de los aspectos
somáticos de la ansiedad. Es decir, que lo han
desgranado de una categoría más amplia para
comercializar un fármaco.

... Si resulta útil.

Un ataque de pánico responde a circunstancias
personales de la vida que tienen que ver con tu
pasado, con tu presente y con la perspectiva de futuro
en la que estás situado. Si lo descontextualizamos
convirtiéndolo en una categoría con supuesta base
biológica, lo dejamos a merced de una medicación que,
en el mejor de los casos, es sintomática, es decir,
que no cura, sólo rebaja los síntomas.

¿Me está diciendo que todo es una cuestión de dinero?

Sí, pero eso es algo públicamente conocido, no
descubro ninguna mano negra; y eso es lo escandaloso,
que no provoque escándalo.

Trastornos como la depresión han alcanzado
proporciones epidémicas, ¿por qué?

Hasta los años 80 la depresión se consideraba un
trastorno menor. El boom de la depresión está
relacionado con la promoción del famoso Prozac, que,
después de la aspirina, es uno de los medicamentos más
consumidos.

En el 2005, los más vendidos fueron los psicofármacos.


Este fenómeno está relacionado con la medicalización
de la vida cotidiana, es decir, convertir problemas
consustanciales a la vida en síntoma y enfermedad,
para luego ofrecer soluciones mágicas que convierten a
la gente en consumidora. Está dentro de la misma
tendencia que el consumo. De hecho, estas campañas se
denominan técnicamente campañas de sensibilización a
la población.

¿Como los charlatanes de feria?

Sí, pero ahora con toda la tecnología, sofisticación
comercial y el enmarque de la investigación
científica.

Estábamos con la depresión.

La gente ha aprendido a plantear los problemas de la
vida - frustraciones, decepciones, dificultades en el
trabajo, expectativas incumplidas…- como depresión,
entendiéndola como un desequilibrio neuroquímico que
se soluciona con fármacos.

Quizá nos cueste hacernos cargo de nosotros mismos.

Sí, es más cómodo atribuir nuestro malestar a
cuestiones genéticas. Hay un estudio importantísimo de
la OMS que demuestra que los trastornos psicóticos se
superan en un 63% en los países en vías de desarrollo
y, sin embargo, en el Primer Mundo sólo en un 37%.

Sorprendente.

... Y paradójico. El problema es que aquí tratamos los
trastornos psicóticos, la esquizofrenia por ejemplo,
como enfermedades de base biológica únicamente
remediables mediante la medicación, y no está nada
claro que la esquizofrenia tenga una causa biológica
establecida. Pero lo que sí está claro es que los
trastornos psicóticos están relacionados con las
circunstancias de la vida.

Aquí, si tienes un brote psicótico, te llevan directo
a urgencias y te ingresan.

Así es, y trabajan los síntomas de acuerdo con el
fármaco: si sigues oyendo voces, te dan un fármaco más
fuerte. Es importante saber que la medicación
antipsicótica es, en el mejor de los casos,
sintomática, no actúa en la supuesta causa orgánica.

¿Qué hacen en el Tercer Mundo?

Como no tienen nuestros medios, la gente con estos
síntomas no es segregada de la comunidad, no pasa a
ser un enfermo que entra en una carrera psiquiátrica
de hospitales, urgencias..., y se recupera antes que
quien es atendido en el mejor centro de Londres.

¿Pero la esquizofrenia no es una enfermedad crónica?

Ya ve que en el Tercer Mundo hay una alta remisión.
Habría que matizar, pero la propia medicalización de
un fenómeno puede convertir el fenómeno en enfermedad.


Con esto de que todo es genético nos están dejando muy
indefensos.

Es un fenómeno cultural de los últimos 20 años, porque
no hay bases científicas sólidas que lo prueben. Los
trastornos mentales tienen que ver más con la persona
y sus circunstancias que con el cerebro. Además, los
síntomas tienen un sentido, ocurren por algo, son
significados a los que uno debe atender y no eliminar;
eso es como matar al mensajero.

Menos fármacos y más filosofía de vida.

Exacto. Y ahora las medicaciones que se aplican a los
adultos se tratan de generalizar a los niños, y no hay
estudios sobre los efectos secundarios. Es muy
preocupante.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Psicoterapia en psicosis


Los fármacos no son la panacea del abordaje de las psicosis. Junto a su necesario apoyo, deben establecerse estrechas interrelaciones entre médico y enfermo capaces de garantizar la recuperación. Distintos modelos psicoterapéuticos garantizan el tratamiento psicótico.

Establecer relaciones terapéuticas entre médico y paciente es clave en el abordaje de las psicosis. Conseguir esta interrelación garantiza el éxito del tratamiento en, al menos, un 50 por ciento. De lo contrario, las posibilidades de recuperación del paciente psicótico son muy reducidas, por no decir prácticamente nulas.

“Las relaciones terapéuticas permiten que el paciente sea consciente de su trastorno, y refuerzan las posibilidades de recuperación, así como de la adscripción a un tratamiento, tanto médico como psicoterapéutico”, según Manuel González de Chávez, jefe del Servicio de Psiquiatría I del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, que en colaboración con Isabel Rodríguez, Juan Carlos Fraile, Andrés Fernández-Cuevas e Ignacio García, del mismo servicio, ha coordinado el XII Curso Anual de Esquizofrenia, celebrado en Madrid.

Tiempo y dedicación

Cómo se debe encauzar el proceso para alcanzar la interrelación y qué dificultades existen con los pacientes son algunos de los aspectos que preocupan y debaten los profesionales. A juicio de González de Chávez, uno de los problemas que con mayor frecuencia se observan entre los dispositivos de salud mental de España es que “el tiempo de consulta con los pacientes psicóticos es corto y la periodicidad escasa, lo que obstaculiza la puesta en marcha de cualquier tipo de relación terapéutica”. García Cabeza ha detallado que las visitas se producen una vez al mes con un tiempo de entre 20-30 minutos en el mejor de los casos, aunque en algunos el tiempo de revisión se alarga hasta en tres meses.

Sin embargo, la propuesta de mejora, según los psiquiatras, no sólo se reduce a un problema de tiempo o de dedicación para establecer una relación personal y continuada con un paciente. Los objetivos terapéuticos han de vencer dificultades asistenciales, que las hay, pero también problemas intrínsecos del paciente psicótico, que es una persona con un mundo completamente distinto al real y con dificultades para revelar lo que le sucede.

“En muchos casos, cuando llega al dispositivo asistencial correspondiente lo hace de manera forzada u obligada por las circunstancias o situación familiar, casi nunca de manera voluntaria”, según González Chávez. Establecer, por tanto, una relación de empatía con el paciente para acceder a su mundo y ganar su confianza es una de las principales dificultades, y también un desafío para el profesional, ha indicado García Cabeza.

La psicosis engloba mayoritariamente a enfermos con esquizofrenia, pero también existen psicosis de predominio paranoide, así como bipolares de tipo afectivo en las que se producen distorsiones de la imagen propia y de la realidad en la que se vive.

Modelos de ayuda

Los modelos de psicoterapia de grupo, uno de los más sólidamente establecidos en el Gregorio Marañón, facilitan el establecimiento de vínculos con los pacientes porque se relacionan con otros afectados y porque ofrecen una visión más objetiva de los psicoterapeutas que trabajan en ellos.

Los modelos con familias también contrastan datos relativos a la situación del paciente con un objetivo claro: comprender y ayudar al enfermo y eliminar cualquier signo de estigma que con tanta frecuencia persigue a estas personas. Otras fórmulas son asertivas y basan su actuación en la rehabilitación mediante asistencia domiciliaria.

El enfermo es una persona que sufre

El temor al psicótico es una de las dificultades que aparecen en muchos profesionales que no se han familiarizado con el psicótico, no como enfermo sino como persona. Actualmente, la existencia de una medicina cada vez más tecnificada y medicalizada tiene sus pros y sus contras, pero es evidente que “desliga a la persona del enfermo.

Esta desconsideración de la persona que sufre ha hecho que los médicos perdamos una gran parte de la capacidad para empatizar. No se considera al enfermo sino sólo y exclusivamente a la enfermedad de ese enfermo y no sólo en el ámbito de la psiquiatría sino en la medicina en general”.

A juicio de Manuel González de Chávez, la mala formación es la causa de esta desconsideración hacia el paciente como persona. “La medicina necesita volver a un tipo de relaciones empáticas con los enfermos. Hay que enseñar a los estudiantes que el enfermo que tiene delante es una persona con su historia, su vida y sus motivaciones”.

El problema para establecer relaciones personales no sólo se reduce a tiempo o dedicación; hay que vencer las dificultades propias del psicótico. Los modelos de actuación en grupo y con la familia, y los que rehabilitan con asistencia domiciliaria facilitan la empatía con el enfermo.

Fuente: Raquel Serrano (Diario Médico)