lunes, 17 de septiembre de 2007

Meeting people

A veces el camino de nuestra vida nos lleva a cruces que de algún modo se convierten en nuestra casa por un momento. Momento que parece eterno y atemporal y que intentamos atrapar para no volver a alejarnos en la soledad del camino.

Vengo de un cruce así. No importa de donde seas, si eres de Edimburgo, de Kentucky, de Málaga o Madrid. La escucha del otro hace importante el momento. El poder abrir la ventana del mundo interno a las preguntas de otra persona que se acerca con sincera curiosidad le da un auténtico valor a nuestro mundo interno. El valor que le da otro al interior mitiga la sensación de soledad que tenemos los humanos, y eso es lo que convierte al cruce en tu casa. Un sitio donde te sientes alguien, reconocido y aceptado, y con la capacidad de reconocer y aceptar y hacer sentir al otro alguien. Un sitio donde tu mundo es tan importante como el mundo del que escucha.

Pero uno nunca llega a casa. El camino nos hace andar, andar y continuar. Nos saca del “hogar”, nos devuelve a la soledad de lo Real, y nos hace seguir deseando llegar a ese sitio que aunque sabemos que no existe, nos es prometido. La fuerza de ese deseo nos mueve, al mismo tiempo que somos espoleados también por la sensación de que algo que necesitamos tanto como el aire nos falta para poder existir.

Es duro abandonar un hogar/cruce. ¿Volverán los caminos a cruzarse? ¿Volveremos a sentir ese sentimiento de no estar solos en el mundo?

Cada cruce en el camino, cada momento de sentirse como en casa, provoca un cambio en la ruta a seguir, incorpora una nueva melodía que silbar que hace que el que entra en un cruce no sea el mismo que el sale. Y eso hace emocionante el camino.

3 comentarios:

Sabela Castro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alvaro dijo...

El deseo de volver y lo aprendido para llegar

Salva dijo...

¡Qué alegres y desenfadados!

¡¡Viva!!

Y arramblamos con todo, en una muestra de puro egoísmo y nula empatía, con escusas vacías y tontas que nos tranquilicen la conciencia, que justifiquen lo injustificable y disimulen ante nuestros propios ojos el monstruo que somos.

Hay caminos que no se deben tomar jamás. Disponemos de libre albedrío, si, pero hay cosas que jamás debemos hacer por pura humanidad, respeto y civismo. De cariño y amor ni hablamos.

Precisamente por ese libre albedrío algunos jamás nos lanzaríamos a caminar por determinadas sendas. No hay excusas, ni frases huecas que resuenen con el manido "no digas de este agua no beberé", porque no hablamos de estar entre la espada y la pared. De asuntos de vida o muerte.

Hablamos tan sólo de principios básicos que se impongan al egoísmo personal.

Del mismo modo que yo nunca violaría a una mujer, pondría una bomba o pegaría a un niño. Nunca caminaré por tales senderos. Ni por este tampoco.

Tampoco inventaré mentiras para anestesiar las puñaladas traperas. Nunca diré a mi amante que no estoy acostumbrada a que me vengan a recoger al autobús cuando mi pareja lo ha hecho cien veces, ni que no estoy acostumbrada a que recorran miles de kilómetros para verme, cuando mi pareja me ha seguido perdiendo el culo por Europa.

Del mismo modo que nunca me inventaría crisis que no existen con mi pareja para no parecer tan egoísta y fría frente a mi amante.

Mentiras, tan sucias y pérfidas como banales y vacías.

No, hay caminos que las personas con un mínimo de ética jamás toman.

Todo lo demás es paja.

El peligro de adentrarse en tan tortuosos y oscuros senderos es la posibilidad de toparse con los peligros del camino.

Suerte tuvisteis, mucha suerte, de poder llegar al final. Caminasteis por el filo de la navaja y en no pocas ocasiones pudo haber llegado la sangre al río, locos infantiles y despreocupados.

¿Y ahora? ¿Tres meses de gozar la vida a expensas de todo, dejando tanto mal, para toda la vida, a vuestro paso mereció la pena?

Malditos descocados, que la vida os pague con la misma moneda.

NO HABÍA NECESIDAD DE NADA DE ESTO Y LO QUE HABÉIS HECHO NO TIENE NOMBRE.

Me llevo esta mierda conmigo hasta la tumba como presente no deseado. Ese es vuestro alegre y despreocupado regalo a cambio de amor, cariño, respeto y de no haber hecho jamás daño a nadie. Por mi parte, y por si sirviera de algo, os maldeciré sin descanso, con cada fibra de mi ser.

Ale, seguid "disfrutando" de la vida, hijos míos... pero esta vez sin joder al prójimo, de verdad...