sábado, 15 de diciembre de 2007

Más polemica; me compré el libro hace unos días, ya os contaré


Los psiquiatras cargan contra el libro «La invención de trastornos mentales»

La Sociedad Asturiana de Psiquiatría tilda de inmorales a los dos profesores de Psicología autores de la obra.

Oviedo, A. VILLACORTA

«Hablar de la invención de las enfermedades mentales en un país donde hay más de 400.000 personas que sufren esquizofrenia no sólo es frívolo, es inmoral. Seguramente es una mezcla de ignorancia -se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados que en Asturias sufren un trastorno mental severo- y de intereses espurios, bien personales o corporativos».

Ésta es una de las cargas de profundidad con las que la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, a través del psiquiatra Marcos Huerta, miembro de su junta directiva, se defendió ayer de las críticas vertidas hacia los profesionales de esta disciplina por Marino Pérez y Héctor González Pardo, catedrático y profesor titular, respectivamente, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, en su libro «La invención de trastornos mentales», que acaba de ser publicado por Alianza Editorial.

En la obra, que ha tenido una gran repercusión en todo el país, estos dos profesores universitarios, expertos en psicofarmacología y psicología clínica, denuncian que «la escalada de desórdenes psiquiátricos que vivimos tiene mucho que ver con los intereses comerciales de la industria farmacéutica y con la complacencia de profesionales y pacientes». O lo que es lo mismo: que enfermedades como la depresión que las generaciones precedentes no habrían considerado más que problemas de la vida cotidiana han sido creadas por las multinacionales para vender medicamentos con la connivencia de los psiquiatras.

La Sociedad Asturiana de Psiquiatría remarca la «total coincidencia» de los argumentos desgranados por estos autores en el libro «con la iglesia de la Cienciología» y explica la «situación peculiar en la que se encuentran los médicos». «Por un lado», explican, «todo el mundo quiere ser médico: colegios profesionales de psicología y enfermería reclaman poder prescribir fármacos, los farmacéuticos demandan participar oficialmente en la atención y se multiplican las series televisivas con émulos de Sherlock en hospitales de ensueño». Mientras que, por otro, afirman los psiquiatras, «existe una presión mediática a favor de las "terapias alternativas", de parir en casa o bajo el agua, se insiste desde agrupaciones culturales altamente ideologizadas sobre la "medicalización" de la sociedad, sin que se profundice en la crítica global, ya innecesaria, una vez señalados determinados "cocos" del imaginario propio». En esta encrucijada, argumentan, «cualquiera, sin el menor conocimiento, o que tenga una visión sesgada, por incompleta, de las cosas, se atreve a hacer críticas globales».

Ahora bien, contraataca la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, «no puede haber crítica sin autocrítica». Y así, dicen, «sorprende que nadie hable, ya que probablemente es ideológicamente más aceptable, de la psicologización absurda de lo cotidiano. De suerte que, por ejemplo, en la desgracia, en vez de sufrir el dolor íntimo de la pérdida, podemos vernos asaltados por un comando de psicólogos enviado a la sazón por nuestros gestores para curarnos de la pena y "apoyarnos" en nuestros momentos de zozobra». A esta tendencia observada en las administraciones públicas se suma «una presión social formidable para que se den carta de naturaleza a patologías de más que dudoso rigor»: «Son otros los interesados en que se consideren diagnósticos válidos el "mobbing", el "síndrome de alienación parental" o las llamadas "nuevas adicciones"».

«¿Veremos, próximamente, algún otro imprescindible libro sobre estos temas?», se preguntan. Porque la realidad es, según estos facultativos, «que en la misma cultura en la que vale todo, porque todo es opinable, nadie quiere ser responsable de su biografía».

«Ahora bien, mantener que la depresión como patología médica es un invento de médicos y empresas farmacéuticas sólo se puede entender desde la estulticia o la mala fe», concluyen con datos de la Organización Mundial de la Salud, que sostiene que «los trastornos depresivos son la causa principal de años perdidos por discapacidades en todas las edades, por encima de los accidentes de tráfico, las enfermedades cerebrovasculares, la diabetes o el sida». Y apelan a «las víctimas de la ceremonia de confusión que algunos sacerdotes preconciliares, ordenados en los tiempos de la antipsiquiatría, montan desde sus púlpitos»: «Son los enfermos y sus familias, que no sólo a través de esta promoción de la ignorancia ven aumentado el estigma que sufren, sino que, al no cumplir con el tratamiento, pueden tener nuevas recaídas».

RESPUESTA DE HÉCTOR GONZÁLEZ PARDO Y MARINO PÉREZ ÁLVAREZ (AUTORES DEL LIBRO)

Ciertamente, nos ha sorprendido la carga que hacen los psiquiatras contra nuestro libro «La invención de trastornos mentales» (La Nueva España, domingo 2 de diciembre). Nos ha sorprendido el tono bruto y agresivo, máxime al venir en nombre de una muy digna sociedad científica y profesional como es la Sociedad Asturiana de Psiquiatría. De todos modos, nuestra respuesta va dirigida en particular a Marcos Huerta, si bien nos mantendremos en un nivel por encima del suelo.

Nos da la impresión de que la suya es una reacción al título del libro, pero no a su argumento. Probablemente, nuestro crítico no ha leído el libro y, en su caso, no lo ha entendido, porque de otra manera no se explica el exabrupto. Para empezar, el libro no va contra los psiquiatras, sino contra la concepción que hace pasar los trastornos mentales como si fueran una «enfermedad más cualquiera», sea ello defendido por psiquiatras o por psicólogos. Por otra parte, no faltan psiquiatras que ven y denuncian esta tendenciosa tendencia. De hecho, libros similares al nuestro han sido escritos por psiquiatras recientemente. Bastaría echar una ojeada al índice de nuestro libro para ver que una de sus tres partes se titula «Desenmascaramiento de la psiquiatría y la psicología clínica».
¿Qué quiere decir «invención»? Nosotros llamamos «invención» a esa concepción que hace pasar los trastornos mentales como si fueran una «enfermedad más cualquiera». Está muy claro en el libro que esta invención no la hacen los profesionales, no es una invención de la nada y una vez hecha la invención no deja de ser algo real.

La invención de supuestas «enfermedades mentales» no la hacen los profesionales en la práctica clínica, sino que es un fenómeno a escala cultural que, entre otros factores, incluye la cultura clínica de la gente y la formación facultativa de los propios clínicos, en cuyo proceso sin duda es importante la industria farmacéutica con su marketing dirigido expresamente a la sensibilización de la población y de los profesionales so pretexto de información. En este sentido, los profesionales son a menudo ellos mismos más unos «mandados» y «víctimas» del sistema que propiamente inventores de nada. Como muchos psiquiatras han denunciado, la psiquiatría está hoy en buena medida en manos de la industria farmacéutica.

La invención de supuestas «enfermedades mentales» no se realiza a partir de la nada, de hecho los trastornos mentales existen. La invención como enfermedades se hace a partir de los problemas que tiene la gente, por los que va a consulta. La tesis que nosotros defendemos es que la invención de supuestas enfermedades deriva de los problemas de la vida (conflictos, decepciones, pérdidas, agobios, dificultades, fracasos, etcétera). Es una tesis polémica y discutible, pero clara, decidida y fundada. Esta tesis no excluye posibles factores neurobiológicos, pero tampoco los pone por delante como causas. Por cierto, no hay todavía al día de hoy establecida ninguna causa biológica de ningún trastorno psicológico por muy «enfermedad mental» que se diga. Es más, posibles factores biológicos concomitantes a un trastorno puede que sean más consecuencias del trastorno que supuestas causas del mismo. Por el contrario, lo que sí está establecido es que los factores psicológicos están implicados en el desarrollo de los trastornos mentales. Esta tesis es lo que habría que discutir y no reaccionar sin más al título del libro.

La invención de supuestas «enfermedades mentales», una vez hecha, no deja de dar lugar a productos reales. El paciente que «sale» con un diagnóstico, valga por caso, de «fobia social» y la correspondiente medicación, por citar uno de los últimos inventos, acaso tenga una «enfermedad mental»: así se lo han dicho o dado a entender y así probablemente viva y entienda su problema, de no ser así ¿por qué recibe medicación? Llegados a este punto, nosotros no negaríamos que esa supuesta «enfermedad mental» sea un hecho real, lo que planteamos es cómo se ha hecho real.
Cuestión ontológica. En el libro mostramos cómo ciertos problemas de la vida y a veces ni siquiera problemas, por ejemplo, simples estilos de comportamiento o maneras de ser como la timidez se han convertido en trastornos mentales que a menudo se hacen pasar por enfermedades de supuesta base neurobiológica (los tan socorridos desequilibrios neuroquímicos). Pero nuestro argumento no queda en la mera denuncia de esa patologización (psiquiatrización o psicologización, que nos da igual) de la vida cotidiana, por lo demás conocido. Otros libros ya lo han hecho. Lo que hace a nuestro libro único, permítase decirlo, es que plantea cómo es posible que algo que es un problema de la vida o incluso ni siquiera un problema llega a ser todo un trastorno y aun una «enfermedad mental». Ésta es una cuestión ontológica acerca de cuál es la naturaleza y el modo de ser de los trastornos mentales.

La conclusión a la que llegamos es que ello es posible porque los trastornos mentales, sin dejar de ser reales y algunos suponer un enorme sufrimiento, lejos de ser entidades naturales como, por ejemplo, la diabetes, la hepatitis o el alzheimer (éstas sí son enfermedades) son entidades interactivas (en el sentido de Ian Hacking), susceptibles de ser influidas (modeladas y reconstruidas) por el conocimiento que se tenga de ellas, incluyendo la cultura clínica de la gente, la sensibilización de la población y las prácticas clínicas (teorías, diagnósticos, técnicas, etcétera). Por eso pueden terminar como supuestas enfermedades, pero no porque estuvieran ahí dadas esperando a ser descubiertas (diagnosticadas), sino por una serie de factores y actores implicados en una escala cultural, como se decía. Nuestro psiquiatra crítico reconocerá que la suya es la única especialidad médica que no trata propiamente con enfermedades, sino con síndromes, conjuntos de síntomas que pueden y suelen reorganizarse de una manera práctica, y ahí habrá que preguntarse ahora ¿práctica para qué y para quién? (¿para recetar?, ¿para entender el problema?, ¿para hacer estadísticas?, etcétera).
¿Por qué contra la consideración de «enfermedad»? Pero ¿cuál es el caso contra las supuestas «enfermedades mentales», si es una manera práctica de entenderse y de dar solución a los problemas de la gente? Ésta sería una buena cuestión para el crítico, si entrara en el libro. Por lo que a nosotros respecta, diremos que es una mala y tendenciosa solución, por las siguientes razones, dejando aparte, lo que es mucho dejar, que no serían enfermedades más que por analogía.

En primer lugar, la adopción casi ya convencional de los trastornos mentales como enfermedades no ha reducido el estigma, según se pensaba iba a suceder, supuesto que la noción de «enfermedad» no implica valoraciones personales. Sin embargo, estudios recientes muestran que el estigma ha aumentado tanto en la población como en los propios clínicos, ya que unos y otros ven a los «enfermos mentales» como siendo imprevisibles e incontrolados y los tratan con distancia, sin considerar el significado de sus síntomas al suponer que derivan de algún desequilibrio neuroquímico.

En segundo lugar, los propios pacientes adoptan el papel pasivo de paciente, quedando a expensas de que la medicación solucione su problema. Nuestra concepción es que las personas, en vez de pacientes, pueden y deben ser agentes autosanadores activos. Las intervenciones psicológicas van por este lado. En tercer lugar, la noción de enfermedad desvía la atención de las verdaderas condiciones de las que dependen los trastornos mentales, que a nuestro juicio se encuentran en los problemas de la vida y en las maneras que tienen las personas de tratar con ellos.

En cuarto lugar, pero no menos importante, la concepción de enfermedad está funcionando en realidad como justificación de la medicación masiva a la que hemos llegado. Sin tener nada en contra de la medicación, por principio, lo cierto es que se usa abusivamente. Aparte de sus posibles efectos nocivos (entre ellos efectos secundarios y adicciones), la medicación está suponiendo un enorme gasto sanitario (y por su lado un enorme negocio), sin ser la mejor solución posible, a juzgar por la escalada de consumo, indicativa de que las cosas van a peor, porque, si no, no sería necesario más y más remedio de lo mismo. Es interesante recordar aquí una propuesta inglesa, con base en criterios económicos y de eficacia terapéutica, según la cual no se debería aplicar medicación para la depresión antes de diez sesiones de terapia psicológica, sabido que ésta es la solución por la que se debiera empezar.

En fin, siendo éste el tema de nuestro libro, se comprenderá que nos haya sorprendido la reacción sin duda inapropiada de M. H. Por un momento hemos creído en la medicación como primera línea de actuación, pero aún creemos más en que la explicación adecuada es lo que hace a la gente más juiciosa.

1 comentario:

Cesareo dijo...

Bueno pues yo espero tu comentario Jorge, pero si sirve de algo yo os avanzo algo resumido (si puedo) de un libro de Marino Pérez llamado "Las cuatro causas de los trastornos psicológicos" y que recomiendo. Siguiendo el esquema de las 4 causas aristotélicas, M. Pérez llega a estas conclusiones (aviso que están muy simplificadas):

"de qué (materia)": los trastornos psicológicos están hechos de conductas

"quién (forma)": la forma concreta de un trastorno está relacionada con el indiciduo, pero sobre todo con la cultura en la que vive, que determina que eso es un trastorno. Aquí tiene cabida la presión de la industria farmacéutica, de la que habla Jorge.

"por qué (eficiente)": cuando una conducta se convierte en lo único que existe para este individuo, existe una dificultad; y cuando la sociedad y el sistema médico (y farmacéutico) lo consagra, tenemos un trastorno. Es decir, la tristeza no es un problema, pero cuando para un individuo sólo existe su tristeza en el mundo (y cuando psicólogos y psiquiatras avispadosescriben libros), tenemos la depresión
Un inciso; me gustaría recordarte, Jorge, una expresión digamospoco afortunada (je je). Cuando te hablé de "enfermedad antropológica" (sorry) me refería a esto, a un estado en que mi propia vivencia es tan saliente que no me permite atender al mundo.

y por último, la "causa última (teleológica)"; esas conductas que se acaban convirtiendi en un trastorno, en un origen sólo tienen una finalidad, que es adaptarse a las vicisitudes de la vida diaria; "la noción de enfermedad desvía la atención de las verdaderas condiciones de las que dependen los trastornos mentales que, a mi juicio, se encuentran en los problemas de la vida y en las maneras que tienen las personas de tratar con ellos" (de una entrevista a M. Pérez en INFOCOP).

Yo también me compraré este libro porque soy un fan de este psicólogo (muy poco conocido en las facultades de psicología, aunque os sorprenda, por qué será?).