viernes, 21 de diciembre de 2007

Más leña al fuego: Los cuidados democráticos de la psicosis

OS HE PUESTO EL RESTO DEL ARTÍCULO EN UN COMENTARIO. EL DR. TIZÓN ES PSIQUIATRA......

¡¡¡FELICES FIESTAS!!!

Dr. Jorge L. Tizón
Director del Equipo de Prevención
en Salud Mental -
EAPPP (Equip d'Atenció Precoç
als Pacients amb risc de
Psicosi). Barcelona
1. ¿Es necesaria una nueva “reforma
psiquiátrica”?
Los trastornos psicóticos son aquellos que
probablemente causan más sufrimiento y repercusiones
tanto a nivel psicológico (individual y familiar),
como económico y social. En la actual coyuntura
de la Europa “desarrollada”, hay que
contar con que, probablemente, el coste económico
del cuidado de una persona con ese tipo
de trastornos supone un mínimo de 12.000 euros
anuales si tenemos en cuenta no sólo los costos
en fármacos, internamientos, personal cuidante,
etc., es decir, los costos asistenciales, sino los
gastos totales. Por ejemplo, los costos económicos
y sociales que suponen las jornadas de trabajo
desaprovechadas tanto por el paciente
como por su familia en la “civilizada Europa”.
Como técnicos, como especialistas en el problema,
hemos de de confesar que nuestros resultados,
a pesar de ese consumo de medios y sufrimientos,
siguen siendo bien magros (Jablenski et
al. 1992; Olsen y Resenbaum 2006). Y mucho
más si se comparan esos resultados con los obtenidos
en el cuidado de este tipo de pacientes en
países “en vías de desarrollo”, en países que frecuentemente
no disponen de los “avances” proporcionados
por la medicina occidental: servicios
de ingreso, neurolépticos, sofisticadas intervenciones
psicosociales...
Pero es que tal vez deberíamos cuestionarnos
ya de forma urgente la “bondad” (o, si ustedes
quieren, la eficacia, eficiencia, efectividad, seguridad
y accesibilidad) de nuestros sistemas de
atención a las psicosis. En realidad, tal vez estamos
viviendo en unos países y en una época en
la cual ese tratamiento se ha reducido más, se ha
hecho más unidimensional, y corre el riesgo de
seguir avanzando en el mismo sentido. En realidad,
las tardes y noches de las calles de nuestras
ciudades, con su creciente plétora de “marginados
y sumergidos” transitando por ellas, durmiendo
en bancos, rincones, cajeros automáticos,
cornisas, estaciones, barracas, jardines,
cuchitriles, son una buena muestra de lo poco
eficaz y eficiente, o tal vez de la inaccesibilidad,
o tal vez de la inseguridad de nuestros sistemas
de ayuda a esas personas, muchas de ellas afectadas
de trastornos mentales graves cuando no
de marginaciones sociales graves. De hecho, es
un indicativo más de cómo los ciudadanos del
primer mundo, temerosos de perder nuestro nivel
de vida (confundido aquí con “nivel de consumo”),
estamos tolerando el progresivo estrangulamiento
de las libertades reales, el progresivo
estrangulamiento de nuestros sistemas democráticos.
Porque, a mi entender, la historia muestra que
el cuidado amplio, integral y acogedor de las
marginaciones, de los marginados y, de entre
ellos, de los más marginados de los marginados,
los “psicóticos”, mejora en los momentos de mayor
libertad, impulso cultural, democracia. Es
más: resulta un buen indicador del respeto a las
minorías, un elemento fundamental de la democracia
real, de la democracia social. Correlativamente,
se ve ferozmente restringido por los regímenes
autoritarios, las guerras, la opresión: Con
el máximo exponente del régimen nazi, durante
el cual, con la colaboración activa del establishment
psiquiátrico, gran parte de los pacientes
con trastornos mentales fueron esterilizados y
Los cuidados democráticos de la psicosis
como un indicador de democracia social.
Jorge L. Tizón1*
*Director del Equipo de Prevención
en Salud Mental -
EAPPP (Equip d'Atenció Precoç
als Pacients amb risc de
Psicosi) C/ Córsega 544,
08025-Barcelona . Tel 934
360 004 - Fax 934 355 303;
jtizon.pbcn@ics.scs.es
exterminados, naturalmente sin su consentimiento
(Müller Hill 1988,1991; Tizón 2002). En ese
sentido, la unidimensionalización actual del tratamiento
es una muestra más, indirecta pero muy
segura, de la unidimensionalización y restricción
de libertades de nuestras sociedades. Una restricción
en cuya consecución, la consigna de la
“guerra contra el terrorismo”–expresión máxima
del “pensamiento cero”–, está jugando un papel
descollante.
Como decía, posiblemente la capacidad de
integrar la marginación, y su forma más extrema,
la marginación interna y externa del paciente con
psicosis, es uno de los mejores indicadores de la
democracia real de una sociedad. En contrapartida,
el autoritarismo en nuestras instituciones
(incluídas las sanitarias), nuestras calles y nuestras
sociedades, conlleva un grado superlativo de
disminución de la libertad de tratamiento para
esos pacientes. El resultado es que, cuando aparentemente
poseemos más y más medios para
tratar esa “desviación”, más y más pacientes son
atendidos demasiado tarde o rompen los vínculos
con la asistencia. En consecuencia, la tendencia
psicosocial predominante de los pacientes
con psicosis, que he definido como la tendencia
a “perderse en los intersticios de la sociedad y
sus propios repliegues psíquicos”, últimamente
tal vez se está viendo cada día más ampliada y
reforzada.
Algún papel deben estar jugando en esa
posibilidad al menos dos situaciones sociales (o
socioculturales): Por un lado, ese aumento de la
intolerancia en nuestras sociedades de consumo
(que no de bienestar). Por otro, la progresiva unidimensionalización
y uniformización del pensamiento
psicopatológico y psiquiátrico. La psiquiatría
oficial de muchos países del “primer
mundo” es hoy tan equivalente a una especie de
“breviario psicofarmacológico”, que Mosher llegó
a permitirse la broma de nombrar a la APA
(American Psychiatric Association) como “APA:
American Psychopharmacologic Association”
(Mohser 2004). Desde luego, otras sociedades
psiquiátricas europeas van incluso por delante
en tan exitosa carrera. Y si ustedes tienen alguna
duda, revisen la literatura psiquiátrica, ciertamente
abundante, acerca de la “depresión resistente”
y la “esquizofrenia resistente”... Ahí pueden
tener ustedes una de las manifestaciones
más claras de esa unidimensionalización de las
terapéuticas psiquiátricas actuales, al menos en
algunos países “del primer mundo”: Comenzando
porque, cada vez más, nuestra A.P.A. y similares
hablan de enfermedades “resistentes”... Es
decir, por un lado, de enfermedades y no de
trastornos (error interesado, y no sólo de traducción,
sino epistemológico y teórico). Después, se
da a entender que son resistentes “al tratamiento”...
Y cuando uno lee esos trabajos, llega rápidamente
a la conclusión de que se trata de “depresiones”
y “esquizofrenias” cosificadas,
desvinculadas del sujeto que padece dichos
trastornos. “Enfermedades” que, además, son
tratadas en esas experiencias por medios exclusivamente
farmacológicos (cuando no funciona
el fármaco “a”, use el fármaco “b”), en servicios
a menudo sobresaturados, con personal no formado
para otros tipos de terapias (por ejemplo,
las psicosociales y las psicoterapias), con personal
desmotivado, desmoralizado, desinteresado
de la consideración del consultante como “sujeto”,
etc.
Por el contrario, los momentos históricos de
aumento global de las libertades en la polis, de
aumento de las libertades cívicas, suelen haber
corrido parejos con los intentos de integración
de las psicosis y los psicóticos: la creación por
parte de Rhazés de la primera sala para pacientes
con trastornos mentales en el maristán de
Bagdad, allá por el siglo IX de nuestra era, el
renacimiento europeo, la Europa posterior a la
revolución francesa, la URSS postrevolucionaria,
la Segunda República española, los intentos
ácratas y anarcosindicalistas de la revolución
española (1931-1937)...
28 Átopos
Átopos 29
Por eso es más lamentable, y muestra del
complejo y omnímodo poder que presiona en el
sentido marginador, el hecho de que se esté
dando ese proceso de marginación al tiempo
que, por ejemplo, en Catalunya y en España, los
presupuestos para “salud mental y asistencia psiquiátrica”
hayan crecido espectacularmente.
Cuando, además, con la investigación, nuestros
conocimientos sobre el tema y la atención al mismo
han crecido también de forma exponencial.
Pero, incluso estas dos afirmaciones, estos
dos últimos datos, ¿son reales o vuelven a ser
dos espejismos ideológicamente determinados?
Dos muestras para pensar: 1) Cierto que los presupuestos
para la salud mental han aumentado
de forma espectacular en los últimos años, gracias
a los cuidados de algunos gobiernos que se
han preocupado del tema. En la España de las
autonomías, salvo excepciones, ese incremento
presupuestario está vinculado con la subida al
poder autonómico de gobiernos de centroizquierda,
pero no únicamente a esas circunstancias.
Ahora bien: si nos acercamos un poco más,
podríamos ver, por ejemplo, que ya en el 2003,
el gasto en los cinco psicofármacos más vendidos
en Catalunya equivalía ... ¡al 65 % del resto
de los gastos totales en salud mental!. (Gastos
totales: Es decir, capítulo I y capítulo II: incluyendo
la construcción y amortización de edificios y
dispositivos, de material y suministros, los gastos
de personal, etc.). De forma tal que, al año siguiente
(2004), cada español estaba pagando
antidepresivos por valor de 2.738 pts. al año
(más de 16 €), a través de los presupuestos para
la Seguridad Social (SNS 2003,2004). Por tanto,
los consuma o no los consuma: y pronto quedarán
pocas familias que no los consuman. Es decir,
los gastos en “salud mental” (¿?) aumentan de
forma rápida, pero eso no significa que la salud
pública mejore (Ortiz y Lozano 2005), ni que los
dispositivos y cuidados en salud mental mejoren,
se reciclen, se reformen, se adapten a los nuevos
conocimientos... Más bien, a través de “programas
de colaboración con la atención primaria” y
otros programas similares, muchos psiquiatras
de los dispositivos de salud mental públicos se
están convirtiendo en delegados comerciales
–sin salario declarado– de los fabricantes de psicofármacos.
Durante años, y probablemente con
razón, hemos estado presionando por un aumento
del pastel presupuestario para los dispositivos
de salud mental... Pero tal vez no habíamos valorado
y tenido en cuenta con suficiente profundidad
la posibilidad de que, con nuestra connivencia,
una organización glotona está devorando el
pastel en la puerta misma de la pastelería.
El segundo dato que quería proporcionarles
se refiere a la investigación en psiquiatría y salud
mental. Es cierto que crece en nuestros días de
forma exponencial. Los datos proporcionados
por la OMS y otras organizaciones (2005), en el
sentido de que los trastornos mentales se están
convirtiendo en “el primer azote” de nuestro
mundo, contribuyen no poco a ese importante
crecimiento. Pero hay algo que llama la atención
inmediatamente: Con tanta y tanta investigación
que se realiza, ¡qué pocos cambios duraderos se
plasman en nuestros dispositivos y organizaciones
globales de salud mental! Nuestras instituciones
y nuestras redes asistenciales se han movido
muy poco (en organización y en modelos y técnicas)
en los últimos veinte años. Es la primera
constatación. La segunda se hace patente al mirar
con mayor detenimiento los datos de la estadística
“bruta”. Entonces encontramos, por ejemplo,
lo siguiente: De forma unidimensionalizada, se
suele considerar como excelencia en la investigación
lo que publican las publicaciones con “alto
factor de impacto” de la especialidad. Pero, aparte
de las trampas de dicho factor de medición de
la “excelencia”, declaradas incluso por participantes
en las mismas (Plos Medicine 2006), resulta
que el porcentaje de estudios financiados por
las compañías farmacéuticas había subido entre
1992 y 2002 desde el 25 al 57 %. Y ha seguido
subiendo. Y con interesantes factores y sesgos:
Los resultados favorables publicados son significativamente
más frecuentes en los estudios financiados
por la industria (78 %) que en los que no
poseen esa esponsorización (resultados favorables
en sólo el 48 %), o están financiados por un
competidor (los resultados favorables caen
entonces al 28 %). Y eso considerando tan sólo
las revistas más “científicas” (¿?) de nuestra especialidad,
las de mayor difusión y factor de impacto
mundial (Kelly et al 2006).
Tal vez va siendo hora de comenzar a pensar
en una “tercera o cuarta reforma psiquiátrica”.
¿Tercera o cuarta? Lo del ordinal es sólo un tema
histórico en el que aquí no puedo profundizar.
Sólo quiero recordar ideas muy generales sobre
los diversos pasos que la humanidad ha ido dando
para re-integrar en sus comunidades, con un
lugar adecuado en ellas, a los “locos”, los psicóticos;
a las personas, sujetos al fin y al cabo, que
padecen una psicosis. Primero, proporcionándoles
algún lugar donde vivir en el caso de que no
fueran acogidos por sus comunidades, movimiento
que se realizó en diversos pueblos y culturas
antes que en la nuestra: por ejemplo, en el
mundo árabe, a partir del siglo IX de nuestra era.
En la cristiandad una reforma similar tal vez tardó
más años o más siglos, pero las realizaciones en
Valencia del rey Martín “el Humano” y el padre
Jofré o determinadas actitudes antimarginación
de muchos de los teólogos españoles del siglo
de oro, como Bartolomé de las Casas y Francisco
de Vitoria, nos permiten hablar de una primera
reforma. La segunda, alrededor de la Revolución
francesa, sería la que les concedió los
derechos cívicos y, por lo tanto, los derechos a
un tratamiento como sujetos (de derecho), y a un
tratamiento psicológico (el “tratamiento moral”).
La tercera reforma, a finales del XX, la fundamentamos
en la abolición de los manicomios, de
los nosocomios: de casas de asilo y refugio, habían
llegado a convertirse nuevamente en marginadores
lugares e instituciones para disociar y
ocultar la marginación. Pero la creación de nuevos
servicios comunitarios en sustitución de esas
instituciones ha tenido un desarrollo desigual –y
hoy, cada día menos comunitario, al menos en su
orientación real. Tal vez por eso hemos de comenzar
a pensar en una nueva “reforma psiquiátrica”,
incluso en países y lugares, como el nuestro;
en países en los cuales la tercera reforma no
ha llegado a desarrollarse hasta el final. Tal vez
resulta urgente ya pensar en una nueva “reforma
a fondo”, y no sólo para los pacientes y los ámbitos
de los que estamos hablando: la trama de
especulación masiva para el sobrediagnóstico y
sobretratamiento de la “depresión”; el aventurerismo
ya no sólo antipsicológico, sino incluso
antineurológico ampliamente desplegado para
el tratamiento de millones de niños del “primer
mundo” con psicofármacos durante años, incluso
con derivados anfetamínicos; la medicalización
y psiquiatrización masiva de los procesos de
duelo y ante las pérdidas afectivas; la creación y
re-creación de novísimas “enfermedades psiquiátricas”
siempre con una base genética segura,
pero siempre evanescente, son otros muchos
ejemplos y ámbitos que hacen pensar en la
necesidad de tal reforma (¿o ruptura?). Un nuevo
rumbo a proponer incluso en países y lugares,
como el nuestro, en los cuales la “tercera reforma”
no ha llegado a desarrollarse completamente.
Una nueva reforma que indudablemente, habrá
de incluir la revalorización de la importancia
de los aspectos cuidantes de los núcleos vivenciales
naturales de la población y de su red social.
Consecuentemente, una revalorización de
las relaciones humanas y de las relaciones sociales
para dichos cuidados

11 comentarios:

jabibi dijo...

2. La aportación de los nuevos
conocimientos sobre las psicosis.
Parece cierto que hoy poseemos muchos más
conocimientos sobre los factores de riesgo, la
sociología, la psicopatología, la psicosociología,
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Átopos 31
la psicodinamia, la neurología y la neuroquímica
de las psicosis. Al entender de algunos, entre los
que me cuento, ello debería servirnos para cambiar,
mejorar y adaptar a los pacientes y sus familias
dichos conocimientos y nuestro modo de tratar
a esos colectivos. Debería servirnos para
poner en marcha tratamientos (más) adaptados a
las necesidades (Alanen 1999) o, como decimos
algunos, tratamientos adaptados a las necesidades
del paciente y su familia en la comunidad
(Tizón 2006,2007). Y no huelga hablar de ello
porque parece que desde hace años se están desarrollando
tratamientos “adaptados a las necesidades
de la industria y las hipótesis ideológicas
del poder psiquiátrico”.
Existe bastante acuerdo acerca de que la psicosis
consiste, precisamente, en la ruptura del
juicio de realidad, la ruptura de la “barrera diacrítica”,
de forma más marcada que en la media
de la población y que en otros trastornos psicopatológicos.
Existe también acuerdo en que esa
ruptura, tanto en los casos calificados de “esquizofrenias”
(que nosotros preferiríamos nombrar
como “síndrome esquizofrénico”), como en los
calificados de “trastorno delirante”, conlleva una
serie de síntomas “en negativo”. Los síntomas
“en negativo” son los dominantes y más persistentes
(anhedonia, atimormia, abulia o dificultades
ejecutivas, ruptura de las asociaciones, ambivalencia…).
En períodos determinados y, sobre
todo, en los “episodios” o crisis, los síntomas
“en positivo” se hacen descollantes, ya que son
los más llamativos y socialmente intolerados (fundamentalmente,
delirios, alucinaciones, trastornos
del lenguaje, de la psicomotoricidad y la
conducta…). Además, no hay que olvidar las graves
disfunciones sociolaborales o dificultades en
la escolarización, la formación laboral y el estudio
a las cuales conduce el síndrome.
Pero hoy también sabemos algo de cómo funciona
la mente y las capacidades de relación del
paciente con “esquizofrenia” y, en general, del
paciente psicótico. Sabemos hoy que lo que llamamos
“esquizofrenia” o “síndrome esquizofrénico”,
es un trastorno con componentes genéticos,
neurológicos y relacionales que implica importantes
alteraciones y dificultades a nivel
emocional, cognitivo y relacional (Alanen 1999;
Andreassen 2002; Kandel 1999; Eisenberg
1995,2000; Martindale et al. 2000). Desde el
punto de vista de la dinámica relacional, se trata
al menos de un trastorno en la vinculación, el
apego a los seres significativos. También, de un
trastorno basado en la omnipresente desconfianza
y en la tendencia a perder la confianza en esas
(pocas) personas en las que se confía y a las que
se necesita. En, general, a perder la confianza en
el otro: Por tanto, la psicosis implica siempre un
trastorno relacional grave. Pero además, es indudable
que implica un trastorno de la identidad,
en el cual se hace hincapié desde la propia etimología
del síndrome (esquizo-frenia: mente
escindida). También sabemos que es un trastorno
que cursa con paroxismos, crisis, interfases y
recaídas: que los pacientes tienen tendencia a
recaer y, al tiempo, sufren un gran temor a dichas
recaídas. Además, todo síndrome psicótico implica
una necesidad exacerbada de controlar el
medio, necesidad que alterna con momentos de
aparente crisis y descontrol de los impulsos
(Thorgaard y Rosenbaum 2006; Tizón et al 2004,
2005, 2006)... En definitiva, como diríamos desde
una perspectiva psicoanalítica, en el síndrome
esquizofrénico hay siempre graves trastornos relacionales
y, más allá, un trastorno en la génesis
del sujeto (de la identidad) y un trastorno en la
génesis de la relación sujeto-objeto que cursa
con dificultades de diferenciación sujeto-objeto
(Volkan 1995; Tizón 2000, 2003, 2004, 2006;
Thorgaard y Rosenbaum 2006).
De ahí que algunos de nosotros vengamos
insistiendo en que lo realmente difícil de “tratar”
en la psicosis no es el momento agudo de los
síntomas “en positivo”, con la aparatosidad o
peligrosidad incluso de los mismos, sino lo que
“está detrás”, “queda detrás”, el “paisaje después
de la batalla”: Se trata de una forma de
relación. Como tal, abarca casi todas las actividades
vitales del paciente, haciendo que predominen
en ellas todos y cada uno de esos aspectos
relacionales. En definitiva, tales características
hacen que el paciente intente refugiarse siempre
en una relación (demasiado) estrecha con un
alguien próximo (habitualmente, su madre o su
padre), al menos a nivel mental y emocional.
Pero una relación tan estrecha, ambivalente y
con tantas dificultades de diferenciación sujetoobjeto
que, por ello, he definido como “simbiótica”.
No son dos sujetos diferentes que se relacionan
más o menos dialécticamente: En la
mente y las actividades del paciente parece que
el deseo es relacionarse “desde dentro” de ese
otro privilegiado, “vehiculizado y portado” por
ese otro... Por eso hablamos de relación simbiótica.
Además, hay importantes inhibiciones
sociales, emocionales y cognitivas, que no hacen
sino aumentar con la cronificación. Inhibiciones
que se trasforman neurológicamente en microlesiones
y defectos neurológicos, probablemente
causados por el sufrimiento excesivo y la inhibición.
Tal vez se trate de lesiones previas a la eclosión
del síndrome, pero las postsindrómicas
parecen cada vez más seguras. Todo ello no hace
sino facilitar el que el paciente tienda a relacionarse
con las personas en la cuales (provisionalmente)
confía –y también, con las que se halla
vinculado por esa relación simbiótica– de forma
adhesiva, imitativa, “como sí”. Y recordemos que
esa vinculación a veces y momentos adhesiva, y
en ocasiones y relaciones, simbiótica, puede ser
con un otro significativo no vivido como bueno,
sino como “malo-bueno” inevitable, en el que se
confía-desconfía al máximo (Tizón 2000, 2003,
2004, 2006). Con la sociedad, la autoridad y las
normas sociales, su expresión suele ser de adhesividad,
como si: El paciente imita y recita las
normas y roles, más que poder introyectarlos...
Los resultados externos, conductuales, de
esas tendencias relacionales, si se conceptualizan
o “filtran” con un modelo médico, dan lugar
a los así llamados “síntomas en negativo”, los
aspectos más dificiles de cambiar y de hacer evolucionar
de estos pacientes y estos trastornos.
Por eso algunos decimos que la forma u organización
de la relación (de las relaciones) en el
paciente psicótico es la relación simbióticoadhesiva
(Tizón 2003,2004,2006). En ella confluyen,
como en el conjunto del síndrome psicótico,
dificultades para el procesamiento de las emociones,
dificultades en el procesamiento cognitivo
y bases bioquímicas y neurológicas para las
mismas –probablemente previas pero, con seguridad,
también consecutivas a la cronificación–.
De ahí ese resultado de simbiosis (refugio en un
otro al cual, por otra parte, se teme con terror
catastrófico) y adhesividad e imitación (conductas
como sí y borderline).
Esas características psicodinámicas y relacionales
son importantes porque intervienen no sólo
en la etiología, la génesis del síndrome, sino
también porque siguen actuando en la vida adulta,
en los problemas relacionales del paciente
afectado por una psicosis. Consecuentemente,
siguen actuando sobre las formas de vincularse
del mismo y su familia a las terapias o intentos de
ayuda, y sobre la efectividad de los tratamientos
profesionalizados: Todo clínico experimentado
en los intentos de ayudar a estos pacientes y sus
familias sabe de las dificultades especiales que
conlleva el vincularlos, mantener su confianza y
elaborar sus desconfianzas, impulsarles a actividades
relacionales, que, casi por principio, rehuyen
y evitan. Nos esforzamos y se esfuerzan, a
veces con sumo temor, en evitar las recaídas, pero
la propia desconfianza hace que, muchas veces,
nos oculten/se oculten, los indicadores de
que la recaída está avanzando. Hasta que un
brusco descontrol de los impulsos o graves trastornos
cognitivos y comunicacionales hacen patente
tal recaída... Por eso, casi siempre, es necesario
trabajar por la recuperación cognitiva y
de la capacidad de ejecución con estos sujetos
32 Átopos
Átopos 33
con el “sentido de sujeto” (el self ) tan dañado.
Es necesario trabajar incluso cognitiva y conductualmente
en la recuperación de sus habilidades
sociales y sus capacidades cognitivas, pero las
mismas dificultades emocionales, cognitivas y,
consecuentemente, relacionales, con su cronificación
y con la probable base neurológica de las
mismas, dificultan enormemente esas actividades
terapéuticas...
Es decir que el tratamiento actualizado de
estos trastornos en estos pacientes y sus microgrupos
sociales, los objetivos del tratamiento,
no deberían centrarse, como a menudo parece
que se hace, en una unidimensional desaparición
de la ansiedad y los síntomas “en positivo”
(alucinaciones, delirios, trastornos conductuales...).
Menos aún deberíamos proponernos clasificaciones
diagnósticas inútiles para la terapia
(esquizofrenia “paranoide”, “catatónica”, “desorganizada”,
“indiferenciada” y “residual”).
Tampoco parece ser hoy un objetivo primordial
de su cuidado la necesidad de preservar el
“orden público” por encima de todo (y más, un
“orden público” basado en la restricción de las
libertades y en la falta de respeto a las minorías
y a las divergencias). Tal vez hoy ya sabemos que
los objetivos deberían ser la atención y ayuda
precoces al desarrollo en las situaciones de riesgo,
la prevención primaria, el tratamiento integral
precoz como prevención secundaria, y la
recuperación o, al menos, rehabilitación de esas
capacidades dañadas o perdidas, nudo de la
prevención terciaria. Los objetivos reales y realistas
de una terapia combinada o integral de
estos síndromes, como ya he defendido en
diversas ocasiones (Tizón 2004-2007), deberían
ir en consonancia con las dificultades relacionales
y psicológicas descritas, puesto que ahora
las conocemos: En ese sentido, los objetivos de
un verdadero “tratamiento adaptado a las necesidades
del paciente y su familia en la comunidad”
deberían ser: 1) Ayudar en las dificultades
de vincularse y separarse del paciente y su familia.
Si el trastorno ya se ha cronificado, intentar
mantener en lo posible dichas capacidades relacionales
y de vinculación. 2) Trabajar junto con
ellos sus conflictos de confianza/desconfianza.
3) Mantener lo más activa posible su capacidad
emocional, a pesar de que ello frecuentemente
entra en colisión con los dos objetivos anteriores.
4) Con el fin de mantener sus capacidades
relacionales y sus relaciones (número, variación,
calidad, profundidad...). 5) Ayudarles a desarrollar
una identidad (self) más segura. 6) Ayudarle
a desarrollar estrategias para contener las crisis
y las recaídas y, por lo tanto, para afrontar su
temor ante ellas. 7) Trabajar junto con su microgrupo
social y familia la tendencia a la pérdida
de control y el temor a tal pérdida, que es una
de las bases para esas recaídas. 8) Ayudar al
paciente y a su microgrupo social a realizar
adaptaciones más realistas, que tengan en cuenta
las dificultades reales, pero que no comulguen
acríticamente con los mitos biologistas y
desesperanzadores sobre el trastorno (Turkington
et al 2006). 9) Ayudar en la diferenciación
familiar y en la diferenciación del paciente (en
sus procesos entrelazados de separación-individuación).
10) Proporcionar al paciente designado
y a la familia medios de autocuidado.
Como en todos los aspectos de esa necesaria
“cuarta reforma psiquiátrica”, todo ello habrá
que hacerlo respetando y fomentando las capacidades
de cuidado de los núcleos vivenciales
naturales del sujeto y la red social comunitaria.
Como es de todos sabido, ante esta realidad
actual del cuidado de las psicosis, existen dos
actitudes o modelos de atención bien diferenciados,
aunque con múltiples interrelaciones y
submodelos intermedios, eso sí. Provisionalmente,
siguiendo ideas y conceptos que llevo
decenios defendiendo (Tizón 1978 a y b), designaré
esos dos modelos o paradigmas como biologista
y relacional. El primero, parte de la
noción (que no concepto, al menos hoy por
hoy), propalada por ejemplo por el Nacional Institute
of Mental Health norteamericano, de que
la esquizofrenia es una enfermedad del cerebro,
genéticamente determinada, crónica, deteriorante,
probablemente la más destructiva que se
conoce en la historia (NIHM 2007; Turkington et.
al 2006). Tiene a su favor indudables avances en
el conocimiento de la neurología (Andreasen
2002) y la neuroquímica cerebrales (Stahl 2002)
y una mejoría en los problemas de orden público
e inseguridad que estos pacientes producen
tanto a su entorno como a los profesionales. Y
no es poco.
El paradigma relacional se presenta hoy mucho
más difuso y abigarrado y, desde luego, menos
estructurado así como, aparentemente, con
menos “estudios científicos” a su favor. Además,
incluye un amplio abanico de submodelos, tanto
teóricos como asistenciales, pragmáticos: psicoanalítico,
sistémico, cognitivo, comunitario o social,
etc. Y prácticas que van desde la inclusión
más o menos acrítica de la psicofarmacología y/o
las terapias individuales, hasta de rechazo de una
u otras o incluso de apuesta por un modelo más
“profano”, menos profesionalizado de cuidados
(Martindale et al 2000; Mosher 2006; Johannessen
et al 2006; Read et al 2006).
No es este el lugar para hablar de los méritos
y deméritos de ambos modelos y de sus múltiples
submodelos, tanto teóricos como pragmáticos.
Me interesaba aquí tan sólo hacer hincapié
en el hecho de que, aparentemente, los estudios
científicos apoyan el primero de ellos casi “por
goleada”. Al menos, si tenemos en cuenta el
número y calidad metodológica de los estudios
empíricos realizados apoyando uno y otro modelo.
Pero lo primero que hemos de decir, es que
eso no es así a nivel social y cultural, ni siquiera
en nuestras sociedades del primer mundo. Que,
desde luego, eso no es así a nivel mundial, donde
es un modelo minoritario. Y que, me atrevería
a decir, una mayoría de los que cuidamos profesionalizadamente
de esos pacientes en el primer
mundo, no nos creemos el paradigma que nos
están imponiendo progresivamente (Martindale
et al 2004; Read et al 2006; Adams et al 2006).
Pero, además, vistos más de cerca, los apoyos
empíricos para el mismo pierden buena parte
de su validez, como recordaba más arriba: el
estudio empírico de sus estudios empíricos
demuestra cómo los mismos se hallan cada vez
más dominados por los centros de poder y difusores
de tal paradigma biologista (las industrias
de tecnología bioquímica y sanitaria). Incluso el
valor gnoseológico y heurístico de tal modelo
deja bastante que desear (Tizón 1978; Eisenberg
1995,2000; Kandel 1998,1999; Kendler
2006): cuando se compara el modelo de explicación
de las psicosis predominante en los países
desarrollados (“Es una enfermedad como las
demás”) con otros modelos explicativos populares
y culturales, los estudios realizados no permiten
ni siquiera aseverar que posea ventajas
para reducir los perjuicios, la discriminación y la
marginación puestos en marcha contra las personas
que sufren dichos trastornos (Read et al.
2006 a y b).
Pero es que, si tenemos en cuenta perspectivas
más nucleares en el tema, incluso defensores
de este paradigma que han estudiado sus efectos
seriamente (WHO-OMS 1973; Eisenberg
1995,2000; Read et al 2006; Johannessen et al
2006), pueden llegar a admitir que, en realidad,
la “historia natural de la esquizofrenia”, vale decir
de las psicosis, ha cambiado muy poco desde
la introducción de los neurolépticos –como arriba
recordaba para el caso de la depresión y los
fármacos “antidepresivos”. Por eso antes decía
que lo que ha cambiado es nuestra inseguridad
como profesionales con estos pacientes y los
problemas de “orden público” producidos por
nuestros psicóticos –Y tal vez no tanto: ¿cuántos
de los homicidios genéricos son producidos por
personas con trastornos delirantes o trastornos
graves de personalidad inducidos por drogas y
adicciones que nadie ha detectado y ayudado
previamente?
34 Átopos
Átopos 35
3. Por un cambio global de los modelos
y sistemas de cuidados de las psicosis.
Todo lo anterior, y muchas otras razones, nos
han hecho pensar a algunos que tal vez incluso
los que llevamos decenios intentado modificar y
mejorar la atención a este tipo de pacientes y núcelos
sociales, intentando “humanizar” sus cuidados
(quiere decir, hacerlos más realmente solidarios
y democráticos), hemos de cambiar
nuestras perspectivas.
En la actualidad, por las características de los
servicios de salud occidentales, el primer contacto
de los pacientes afectados por psicosis con los
profesionales de la atención a la salud mental
suele realizarse con la aparición de los síntomas
y trastornos psicosociales del primer episodio.
Pero hoy sabemos que esos pacientes llevaban
entre 1 y 5 años padeciendo y mostrando síntomas
y conflictos psicóticos, que en nuestra sociedad
y con nuestros medios aún no sabemos
reconocer precozmente. Y sin embargo, numerosos
estudios realizados a partir de los años 90
muestran que una intervención terapéutica integrada
en el síndrome prodrómico –previa a ese
primer episodio– o en los comienzos de éste,
conlleva importantes beneficios tanto para la
persona afectada como para su medio social
(Pueden consultarse al respecto las obras de Alanen
1999; Martindale et al 2000,2004; Edwards y
McGorry et al 2004;IEPA 2005; Olsen y Rosenbaum
2006; Read et al 2006; Lalucat, Tizón et al.
2006; Johannessen et al. 2006; Tizón 2007…).
En nuestra opinión, una atención precoz sólo
puede ser efectiva si se dispone de los medios
necesarios para crear equipos de proximidad,
que tengan un alto nivel de accesibilidad y puedan
realizar una atención intensiva para el paciente
y la familia. Una atención, además, integrada
en la comunidad al máximo de lo posible,
dada la “tendencia a perderse en los intersticios
sociales y en sus propios repliegues psíquicos”
de estos pacientes y sus familias. Pero dichos
equipos también deberían estar integrados organizativa
y funcionalmente, es decir, estrechamente
relacionados con la red de recursos sanitarios,
sociales y educativos, con el fin de poder garantizar
un buen trabajo de detección de posibles
nuevos casos y de sensibilización de la sociedad
hacia temas de salud mental. Y esos equipos deberían
intentar realizar un trabajo integrado –trabajando
en unidad funcional con el resto de los
equipos comunitarios y sociales que atienden a
este tipo de problemas y marginaciones— con al
menos tres grupos de personas:
• Menores Altamente Vulnerables (MAV),
adolescentes y niños, con acumulación de
factores de riesgo: hijos de padres con patología
mental, familias muy desestructuradas,
niños con enfermedades crónicas o enfermedades
y problemas perinatales graves…
• Sujetos en Riesgo de Psicosis (SRP): jóvenes
que presentan suspicacia, cambios de
humor, alteraciones del sueño, aislamiento
social, educacional o laboral, episodios de
violencia no integrada, patrones desestructurados
de consumo de drogas… (Salokangas
1997; Allardycel y Boydell 2006; Isohanni
et al 2006; Olsen y Rosenbaum 2006).
• Sujetos en “Primeros Episodios (PE)”. Para
la organización de los primeros equipos de
estas características hemos considerado
que, dada la tendencia a la cronicidad tanto
del trastorno como de nuestros actuales medios
para cuidarlo profesionalmente, la labor
fundamental ha de realizarse en el primer
año de “manifestación abierta” de tal
trastorno (Tizón 2006; Lalucat y Tizón 2006).
Pero, más adelante, el aumento de nuestra
experiencia en este tipo de equipos y cuidados,
así como algunas investigaciones en
nuestro propio medio (Tizón et al 2006,
2007), nos han hecho replantearnos incluso
estas ideas recientemente adquiridas.
Porque ¿cómo definimos ese “primer episodio”?.
¿Cuándo el paciente consulta y es diagnosticado
por primera vez por un servicio de psiquiatría
hospitalaria o por un psiquiatra de un
centro de salud mental? Probablemente, en ese
caso, lleva ya evolucionando con sus síntomas
entre uno y cinco años y ha padecido diversas
agudizaciones del dicho proceso que el propio
paciente y su medio han contenido, mal que
bien, mediante sus medios y sistemas de contención
“profanos”, no profesionales (Tizón et al
2000). En realidad, la sintomatología, incluso la
sintomatología abiertamente psicótica (ideas
delirantes, trastornos del pensamiento, alucinaciones…)
ha aparecido años antes (McGrath et al
2004; Häfner et al 2006; Horan et al. 2006; Olin
et al 1996; Olsen y Rosenbaum 2006; Salokangas
et al 1997, 2005; Tizón 2006, etc).
Por eso hoy, con la (pequeña) experiencia y
conocimientos adquiridos por los primeros equipos
que trabajamos en este campo, podemos
entender que de vez en cuando surjan estudios
que cuestionan que sean tan sustanciales las
mejoras obtenidas haciendo “atención precoz
de los primeros episodios” (Olsen y Rosenbaum
2006; Johannessen et al 2006). Tal vez estemos
sobredimensionando nuestras posibilidades
terapéuticas en un trastorno que, cuando lo
diagnosticamos, ya es crónico y, hoy sabemos,
de larga evolución. De ahí también nuestra opinión
de que esa intervención, si de verdad quiere
ser precoz y temprana, habría de hacerse bien
en el período pre-prodrómico, sobre los “menores
altamente vulnerables”, o, como tarde, en el
período prodrómico, en el momento de manifestarse
las ansiedades confusionales y persecutorias
del “trema”. Y tanto en un caso como en
otro, está claro que tal intervención o “ayuda
adaptada a las necesidades” habría de ser predominantemente
psicosocial y familiar más que
farmacológica (Martindale et al 2000; Tizón
2004; Johannessen et al 2006). En todo caso, esa
atención integral e intensiva debería realizarse al
menos con los tres grupos de personas de las
que hablamos más arriba.
Por tanto, tendremos que repensarnos en qué
cosiste realmente una prevención y una detección
precoces de las psicosis. Y, en la misma
línea, en qué consisten la prevención secundaria
y terciaria, es decir, el tratamiento y la rehabilitación.
Y tal vez aquí nos encontremos de nuevo
con que el modelo dominante es tan único, unidimensional,
incuestionable, omnímodo... que
ha penetrado profundamente nuestras ideas
acerca del tratamiento de los episodios psicóticos
y de la rehabilitación de los pacientes psicóticos.
Y no sólo nuestras ideas, sino, más aún,
nuestros hábitos de relación con esos pacientes,
tanto conscientes como inconscientes (Adams et
al 2006; Tizón 2005,2006; Read et al 2006).
Por eso decíamos más arriba que, tal vez, hoy
en día las “libertades mínimas” se hallan restringidas
enormemente en el ámbito del tratamiento
de los pacientes con psicosis. Y no sólo para
los pacientes y sus familias, que en la mayoría de
los casos, tanto en la Europa “desarrollada”
como en los USA, si no es con grandes dispendios
económicos, se ven obligadas casi a un solo
tipo de tratamientos con muy ligeras variantes.
En realidad, esa falta de libertad también afecta
a los profesionales de las disciplinas de la salud
mental, controlados y uniformizados por modelos
impuestos más que pensados, y por repartos
presupuestarios que cercenan toda posibilidad
de cambio real. Hasta el extremo de que, al
menos en muchos de los temas de la psiquiatría
y las disciplinas de la salud mental actuales,
podemos decir que nuestra libertad para escoger
métodos y sistemas terapéuticos se halla hoy
enormemente estrechada, reducida. En último
extremo, como van mostrando progresivamente
las nuevas reflexiones y los nuevos estudios, en
campos tales como el tratamiento de la psicosis,
las “depresiones”, la timidez o los “niños movidos”,
los profesionales occidentales están viendo
tan restringida su libertad para escoger tratamientos
que ya ni tan siquiera pueden aplicar las
“recetas” proporcionadas por la medicina basa-
36 Átopos
Átopos 37
da en pruebas. A pesar de que no podemos
dejar de denunciar ya hoy las limitaciones
impuestas por el poder también a esa nueva forma
de organizar los conocimientos médicos y, en
general, sanitarios, la MBP podría suponer un
avance, sobre todo en campos controvertidos,
económicamente costosos, en los cuales es difícil
tomar decisiones... Pero hoy por hoy, en esos
ámbitos de la psiquiatría contemporánea, los
menos libres para aplicar los hallazgos de la
“medicina basada en la evidencia” o la “medicina
basada en pruebas” son precisamente los
médicos de los países industrializados (Adams et
al 2006). Pacientes con psicosis, “depresiones”,
“niños movidos”, duelos complicados: las enormes
presiones desplegadas para “convencer” a
los profesionales del “primer mundo” de las
bondades de un tratamiento unidimensionalizado,
son mucho mayores que las que soportan los
profesionales de los países del “tercer mundo”.
Cada vez hay más datos que obligan a pensar
que, si poseen unos medios mínimos –que no
siempre poseen— , los profesionales de los países
“en vías de desarrollo” tal vez utilicen los tratamientos
más comprobados, seguros, eficaces y
eficientes, con mejor relación costo-beneficio,
los más basados en la autonomía y no en la heteronomía,
etc. Al contrario, los psiquiatras de los
países tecnológicamente desarrollados tenemos
que soportar fuertes presiones a favor de tratamientos
sesgados desde todos los puntos de vista,
tratamientos “de moda” y tratamientos inducidos
(Adams et al. 2006; Read et al 2006; Tizón
2004; Ortiz et al 2005).
En el ámbito del que venimos hablando, los
pacientes y sus familias, si no pertenecen a estratos
sociales muy privilegiados, no tienen dónde
elegir, cuando modelos y posibilidades a lo largo
del mundo existen y bien diferenciados: baste
con recordar las diferencias entre modelos como
los de Mosher (2006) y Turpeinen (2004-2007) y
los de nuestras clínicas universitarias de psiquiatría.
O entre el modelo de Alanen et al. en los
países escandinavos (1999), el del EPICC australiano
(2004), los modelos comunitarios británicos
(Birchwood et al 2000) y los modelos y sistemas
propuestos por el NIMH norteamericano o las
normas PORT (Lehman y Steinwachs 1998).
Y, ¿por qué los pacientes con psicosis y sus
familias no pueden tener libertad de elección?
¿Por qué tenemos tan restringida nuestra libertad
de innovación los profesionales que los atendemos
o intentamos atenderlos? En buena
medida, por el dominio abrumador a nivel técnico,
pragmático, seudoteórico y político del
modelo biologista. Pero también por nuestra
aceptación poco crítica del mismo.
Hasta un extremo que también hemos de
pensarnos: Afortunadamente, parece que el cuidado
de “la esquizofrenia” y las psicosis se ha
vuelto a poner “de moda”. Incluso el “tratamiento
precoz” de las mismas. Pero, a juzgar por
algunas consecuencias, tal vez esté jugando ahí
un no despreciable papel el elevadísimo consumo
y gasto en psicofármacos que soporta nuestro
país (como algunos otros). Y en psicofármacos
(en especial neurolépticos y antidepresivos)
disparatadamente caros. A pesar de lo poco
efectivos que hoy ya se han mostrado en cambiar
la historia natural de “la depresión” o “las psicosis”,
o las repercusiones en salud pública de tales
trastornos (Ortiz et al 2005; Jablenski et al 1992;
Read et al 2006). Otra vez la organización “glotona,
primaria e impaciente” a la puerta de la
pastelería. Por eso es perfectamente válido y útil
plantearse y replantearse el tratamiento de los
“primeros episodios” y las “psicosis incipiente”,
no vaya a ser que también aquí se nos haya infiltrado
otro espejismo ideológico: Perseguimos
“la esquizofrenia” y su “curación” o, incluso,
como dice Torrey (2002), “superar la esquizofrenia”
(¿). Pero eso ¿se hace porque está “de
moda”, es ideológica y políticamente rentable,
resulta un buen negocio para los poderes fácticos
y económicos? O bien, alternativamente,
¿buscamos la ayuda integral a las personas, familias
y grupos con acumulación de factores de
riesgo, se haya declarado aún o no esa “enfermedad”
mítica donde las haya, que tanto prestigia
a determinados lobbies psiquiátricos y equipos?
¿O es que ayudar a las personas “en riesgo
de” va a ser menos “científico” porque no podamos
aún predecir cuáles evolucionarán hacia
“esquizofrenia” y cuáles no? Y si ese puerto de
arribada (el diagnóstico de la “esquizofrenia”) se
pierde en el futuro tras la niebla de nuevos conocimientos
y conceptos, ¿qué habrá pasado con
los miles de grupos sociales que estaban sufriendo
enormemente pero no poseían los hoy evanescentes
indicadores de ese trastorno o de esa
evolución?.
Porque, a riesgo de repetirme, no olvidemos
que, en el caso de “la esquizofrenia” estamos
hablando de un trastorno que para unos es “una
enfermedad del cerebro, genéticamente determinada,
las más crónica e incapacitante de todos
los trastornos mentales” y para otros ni es una, ni
es enfermedad, ni es tan sólo del cerebro, ni se
puede decir hoy que esté genéticamente determinada,
ni es ético ni acorde con nuestros conocimientos
propalar que sea es “la más crónica e
incapacitante de las enfermedades mentales”
(Tienari et al 2004; Eisenberg 1995,2000; Kendler
2006; Tizón 2004; 2006). Hasta el colmo de
que, para muchos investigadores y terapeutas,
utilizar el primer modelo y su definición se ha
convertido en un grave problema para el tratamiento
psicológico y psicosocial de estos pacientes
y sus familias: Entre otras cosas, porque,
como ya se ha demostrado, infunde en ellos desesperanza,
cuando la preservación de la esperanza
es uno de los elementos fundamentales de
un tratamiento integral de estos grupos humanos
sufrientes (Turkington et al. 2006, Read et al
2006; Tizón 2004).
Decíamos también que se está poniendo de
moda la atención precoz a las psicosis en su forma
de atención a las psicosis incipientes y detección-
atención precoz a los primeros episodios
(Häfner 2006; Johannessen et al 2006; IEPA
2005; Lalucat, Tizón et al. 2007). Pero ¿hemos de
seguir hablando de “detección y atención precoz”
para el caso de los primeros episodios, tal
como hoy podemos verlos y definirlos? Probablemente
no. Y eso vuelve a resaltar la importancia
de la prevención y la atención realmente precoces
(es decir, en la infancia y en los primeros
signos prodrómicos en la pubertad y adolescencia
tempranas). Pero cubrir esa necesidad significa
sistemas y medios de promoción de la salud
en la población general, sistemas y medios que
en realidad son sociales, comunitarios y, por tanto,
basados en decisiones políticas y comunitarias
(WHO-OMS 2005). Para evitar los riesgos de
medicalización abusiva, de ineficiencia y de yatrogenia
médica y psicosocial sobre las poblaciones
en riesgo o escogidas como “casos para prevención”,
habría que contar con indicadores
seguros de riesgo sobre los que intervenir. Y eso
existe, por ejemplo, en el caso de la promoción
de la salud mental desde la pediatría: es el protocolo
de salud mental del Programa del Niño
Sano, que algunos estamos intentando difundir
(Tizón et al 1999; Amigó et al 1999) o los indicadores
escolares descubiertos por investigadores
nordeuropeos (Olin et al. 1996). Pero partiendo
de la realidad no embellecida de que no poseemos
aún indicadores suficientemente fiables y
generalizables de cuándo unas alteraciones
biopsicosociales de un púber o un adolescente
–y menos aún, de un niño– pueden evolucionar
hacia un trastorno mental del tipo de las psicosis.
Además, es evidente desde el principio que
con esos equipos de detección y atención precoz,
por muy comunitaria, proactiva y psicosocial
que sea nuestra atención, a menudo no podemos
evitar la aparición de cuadros agudos de
psicosis no contenibles con nuestros medios.
¿Cuál es entonces el recurso que debería entrar
en acción? ¿El servicio de psiquiatría hospitalario,
el hospital de día, equipos comunitarios de
atención integral que faciliten la “hospitalización
38 Átopos
Átopos 39
a domicilio”, ingresos prolongados con terapias
integradas tipo escandinavo (Alanen et al 1999)
o de la medicina privada norteamericana? ¿El
modelo de Mosher (2006) con sus comunidades
tipo Soteria –evitando en lo posible la profesionalización–
o el modelo de Helsinki de pequeñas
comunidades de adolescentes o “casas de acogida
para sus períodos de crisis” (Pirkko Turpeinen,
en prensa)?.
Y ¿cuáles deberían ser los servicios idóneos
para los pacientes ya cronificados y los que, a
pesar de nuestros esfuerzos, se seguirán cronificando
en el futuro. ¿La forzosa “devolución a sus
familias” siempre que sea posible? Pero, ¿quién
puede demostrar que, teniendo en cuenta las dificultades
relacionales antes descritas, siempre
sea la familia el mejor espacio relacional donde
pueden vivir esos pacientes? Claro que tener en
cuenta esa matización implicaría una dedicación
presupuestaria mucho más amplia a las casas de
acogida, “comunidades de acogida en crisis”,
pisos asistidos, pisos a medio camino y otras formas
de residencia asistida comunitaria y demás...
Pero esos “recursos comunitarios”, ya hace tempo
utilizados y estudiados, poseen al menos dos
tipos de “inconvenientes” desde el punto de vista
social y económico, dado el tipo de uniformización
de nuestras sociedades: Por un lado, si
son sistemas residenciales realmente asistidos,
implican importantes presupuestos para que los
profesionales puedan hacer dicha “asistencia” o
“apoyo”. Y para la supervisión y apoyo a esos
profesionales, con el fin de ayudarles a mantener
sus capacidades de fomentar la esperanza, la
confianza, la contención, la solidaridad, la capacidad
de pensar... Pero es que, en segundo lugar,
la difusión de ese tipo de dispositivos “a medio
camino” (entre lo profesional y lo no profesional)
implica dos consecuencias: Primera que, a nivel
económico, una parte de los presupuestos dedicados
hoy a psicofármacos, dudosamente útiles
en las dosis actuales para este tipo de pacientes,
deberían reorientarse hacia la financiación de
“medios personales de ayuda”: rehabilitadores,
acompañantes, terapeutas ocupacionales, animadores
culturales y sociales, equipos de salud
mental de apoyo, medios de apoyo a la dependencia
no profesionalizados, etc. En segundo
lugar, esa reorientación implicaría una organización
asistencial mucho más horizontal, democrática,
basada en la confianza en los propios trabajadores
del sistema y en su moral y motivación.
Algo bien diferente a la organización y funcionamiento
de las instituciones “totales”, tipo hospital
o servicio de psiquiatría, mucho más piramidales,
controlables, basadas en el control más
que en la autonomía y la confianza... Un nuevo
campo en el cual la necesidad de ampliar la democracia
y autogestión reales de nuestras sociedades
se halla en acción y reacción con los tipos
de cuidado de estos pacientes y, en general, de
todos los marginados.
De acuerdo con las reflexiones anteriores, hace
años se vienen proponiendo sistemas de prevención
y atención precoz de los trastornos psicóticos.
Como recordaba más arriba, ya hace
más de dos decenios que Alanen y sus diferentes
equipos propusieron el tratamiento adaptado a
las necesidades del paciente, como un modelo
de terapia integral en estos casos (Alanen 1999).
Teniendo en cuenta sus orientaciones, otros
equipos del sur de Europa hemos propuesto más
tarde el tratamiento integrado que llamamos
“Tratamiento Adaptado a las Necesidades del
Paciente y su Familia en la Comunidad (TANC)”.
También en este caso se trata de una combinación,
adaptada a cada paciente y su familia, de
los siguientes componentes terapéuticos: terapia
psicológica individual, entrevistas y atención a la
familia, psicofarmacología si se precisa, grupo
multifamiliar, grupos “psicoeducativos” replanteados,
atención específica de enfermería, atención
psicosocial y laboral específica, rehabilitación
neurocognitiva si se precisa, “atención
abierta”, de alta accesibilidad, grupos de ayuda
mutua y grupos preventivos para la población
que designamos como MV, etc. El objetivo de
ese programa integrado sería atender a los
pacientes y familias en situaciones de alto riesgo
y sufrimiento, evitar la aparición del primer episodio
y, en los casos que esto no sea posible,
minimizar el sufrimiento individual y familiar que
la psicosis conlleva –en consecuencia, disminuir
en lo posible la grave tendencia a la cronicidad y
a la dependencia social que este trastorno implica.
Es lo que justifica la existencia de este tipo de
equipos y servicios: A pesar del coste en personal
y especialización que suponen, en un territorio
o población concretos dicho coste puede
quedar amortizado aproximadamente con 480
días de ingreso /año (48 pacientes con ingresos
de diez días), o con 70 pacientes que gasten en
fármacos la mitad de lo habitual en nuestros
medios, o con 20 pacientes/año en invalidez,
pensión o bajas prolongadas. Pero para ello se
necesita tener activados y activos esos programas
intensivos y “de proximidad”, “adaptados a
las necesidades del paciente y su familia en la
comunidad”, fundamentados en medidas, programas
y cuidados psicosociales y en el “cuidado
de los cuidantes”. Además, no se trata tan
sólo de eficacia y eficiencia sanitarias. El otro fundamento
y objetivo de dichos programas, como
he intentado mostrar, habría de ser conseguir
una atención más próxima y humana a esos
pacientes y sus familias, una atención más real y
vivencialmente democrática, tanto para los sujetos
cuidados como para los sujetos cuidantes.
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Cesareo dijo...

Vamos a tener otro poquito de polémica, pa empezar el año. El artículo que has puesto entiendo que tiene dos partes más o menos difeenciadas; una (la segunda) está más o menos enfocada bajo el paradigma psicoanalítico. La dejo de lado porque no quiero hablar de eso. Me interesa lo primero; todo eso de la sobremedicalización y el gasto. Voy a contaros un caso (nada espectacular); se trata de un chico joven, de unos 30 años, que tras un accidente de moto pierde una empresa que estaba creando, tras gastarse casi todo su dinero, y ahora está a punto de perder también su empleo; algo más?, pues sí, el mes que viene nace su primera hija.
Cosas de la vida, verdad?, que mala suerte, es normal que esté mal en estos momentos... Cosas como esta le decimos su médico y yo durante horas (repartidas en varias consultas), y su respuesta siempre es idéntica "pero pueden darme algo con lo que estar más tranquilo" (o sea medicación).
Bien, hablamos de aceptar el sufrimiento, no patologizar, etc... pero que pasa si es el paciente el que, con voluntad de hierro, lo pide y lo demanda esperanzado en que esa sea "su salvación". Y ahora digo yo; en aras de esa aceptación y cuidado del paciente, llevándonos por ese cuidado que nos comprotemos a tener y el respeto por su libertad; ¿debemos mantenernos firmes, porque no hay que medicalizar las cosas, o respetarlo y medicarlo, aunque sepamos que más adelante nos tocará aguantar el chaparrón de que sigue mal y "la medicación no me hace nada"?
No pienso escaquearme y podeis tirarme piedras virtuales; yo lo mandé al psiquiatra.

Otra cosa; a mí no deja de resultarme curioso que el sistema de salud y los que lo critican compartan el mismo objetivo; esto es, la no medicalización de los trastornos y el excesivo gasto. Y sin embargo parece que llegan a ideas completamente opuestas. ¿Tan maléficos son los políticos, o son también políticos los que critican?
FELIZ NAVIDAD.

jabibi dijo...

César, que podemos hacer ante la voluntad férrea de medicarse para sobrellevar una vivencia de ansiedad reactiva...Aún así insistiría en la bondad de poder hablar y ser escuchado en consulta sobre la situación vital estresante por la que está pasando.

Con lo que no estoy de acuerdo en absoluto, y eso no significa que respete a los profesionales que lo hacen, es la actitud de algunos Psicólogos Clínicos en consulta, ofreciendo ansiólíticos y antidepresivos a personas en medio de reacciones vivenciales, antes incluso de que se los hayan pedido, más aún antes de que ni siquiera los hayan mencionado.

Jordy dijo...

Bueno, vamos a la polémica. El tema de la medicación como medio digamos "paliativo" es algo que desde hace tiempo me planteo. En esto, como en casi todo, el error principal que detecto es de concepto. ¿Qué es un psicofármaco? ¿Se pueden englobar todos bajo el mismo epígrafe? ¿Curan de algo? Yo creo que lo fundamental aquí es saber que estamos dando y sobretodo para qué y así explicarselo al paciente que será muy dueño de decidir que coño se mete en el cuerpo una vez le hallamos dejado CLARO y de forma HONRADA que puede esperar de las pastillitas de marras.

Una vez dicho esto, hay situaciones que se nos plantean de verdadero abuso, entonces: ¿Debemos colaborar con alquien que se quiere sedar voluntariamente? Pues, a ver, entramos en los choques de voluntades. Por un lado alguien puede querer pasar sedado lo que le queda de vida para no enfrentarse a las dificultades o conflictos que se le planteen. Hasta qué punto debemos colaborar con esto, suministrando sedantes legales a demanda, creo que choca con nuestra ética profesional. Creo que debemos hacer lo que creamos mejor para nuestro paciente y tenemos el deber ético de escuchar sus razones y exponer las nuestras, decidiendo en cada caso y echandonos encima la responsabilidad que nos toque. Nos aguantamos si en esto tenemos que juzgar un sufrimiento o una actitud ajena porque tenemos nuestra parte de responsabilidad en colaborar con estrategias de afrontamiento que creemos enfermizas. Si no, podemos caer en el argumento del "camello de la esquina" que dice que no tiene culpa de nada porque sus clientes se gastan el dinero en comprar su droga porque les da la gana.

Por otra parte la queja de "esto no me hace nada" queda neutralizada si desde el principio (el primer dia de consulta con el psiquiatra no es mal día) explicamos qué se puede esperar de pastillas que simplemente alivian y ayudan a sobrellevar el estres pero no solucionan vidas ni borran el pasado.

Una última cosa. El tema del gasto desorbitado en psicofármacos para mi proviene de varios factores entre los que destaco: 1) La medicalización de los problemas de la vida cotidiana a lo que han contribuido con gran entusiasmo empresas farmaceuticas (por un ideal tan noble como el dinero), psiquiatras (por negligencia y desconocimiento de a qué están jugando) y psicólogos (por ampliar su campo de actuación sin frontera clara y aceptar el modelo médico sin rechistar) 2) El concepto mecanicista de la sociedad donde la felicidad se quiere convertir en un bien de consumo 3) La mala fe de las profesiones y terapeutas "psi" de todo pelo que se lanzan a aligerar las carteras ajenas sin adecuada formación técnica ni personal en muchos casos, patologizando problemas personales y sociales de cualquier índole.

FELICES FIESTAS!

Alvaro dijo...

La verdad es que estoy de acuerdo con el Jordy. Añadir incluso que en USA los psicologos clínicos y los consejeros quieren apuntarse al carro de la medicación... y siempre tendrán más formación que el camello de la esquina.

De todos modos voy a abrir otra visión, desde la transculturalidad. No podemos olvidar que estamos dentro de una cultura, en la que el poder de la sanación está en los medicamentos (un problema, una pastilla) y es lo que la gente pide. Si hay pastillas que devuelven la erección, o bajan la tensión, ¿por qué no puedo pedir mi pastilla para subir el ánimo?.

La respuesta a este argumento me la doy yo mismo. Los "profesionales" estamos dentro de la cultura y podemos elegir hacia donde queremos que vaya. Esa es nuestra responsabilidad y creo que eso es lo que nos diferencia de un chaman mapuche, el poder preguntarnos que queremos hacer.

Y es lo que hace "avanzar" nuestra sociedad, más que los descubrimientos, las elecciones que hacemos con ellos.

Que las gambas y el jamón os sienten bien.

Anónimo dijo...

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