Es un hecho palpable que a fuerza de utilizar determinados términos, estos pierdan peso, se aligeren y un día nadie se acuerde de lo que alguna vez significaron. Si es que significaron algo más allá de lo que impone la moda del momento o dicta el “experto” de turno. Uno de estos términos es, dentro del ámbito de la “salud mental” y de la “salud” en general, el de “psicoterapia”. Dentro de este escrito trataré sobre un aspecto de esta… ¿técnica? ¿arte? ¿actitud?, y lo que implica para el profesional.
Un profesional cobra por un determinado servicio o producto, ya sea palpable o etéreo. Lo que hace dicho profesional, a lo que se dedica, normalmente lo hace mejor que otros, o al menos está dispuesto hacerlo cuando otros no. Y además al menos alguien está dispuesto a pagar por estos servicios, tienen por tanto un valor para otro u otros, valor que convirtiéndose en precio sostiene por tanto que alguien se dedique a esto y no muera de inanición y miseria. Aplicando esto a la psicoterapia tenemos toda una profesión o categoría laboral, la de psicoterapeuta, que se superpone a la de psiquiatra o psicólogo, y a otras categorías, como modernamente reclaman algunos filósofos.
Esta profesión ofrece un servicio que atañe a la “salud mental” (otro concepto nada fácil de definir) del prójimo. Suponemos pues que los servicios de un psicoterapeuta se encaminan a mejorar, sin utilizar sustancias psicoactivas (drogas) ni otros medios físicos intrusivos, la salud mental del cliente/paciente/usuario por medio de las palabras, los actos y la relación que se establece. Aunque aquí se podría poner una falta a mis esfuerzos por englobar en una definición a todas las escuelas de psicoterapia, pues algunas priman o enfocan técnicamente la relación, otras las tareas para casa, otras la educación, otras las interpretaciones, otras la dramatización…creo que la lista sería ingente y variada. Así que por intentar de nuevo esquematizar, digamos que en esta actividad alguien se relaciona con otro intentando que de esta relación este otro salga beneficiado en lo que atañe a su salud mental y por esto el primero reciba algún tipo de compensación, normalmente económica.
Entonces, ¿es posible realizar esta actividad al margen de las propias creencias, biografía, temores y esperanzas del terapeuta? ¿Es posible mantener una postura neutral y objetiva ante un paciente/cliente/usuario? Mi objetivo en este escrito es contestar a estas preguntas con un no. Y señalar que una vez descartada esta posibilidad se abre la responsabilidad para el terapeuta de elegir, con todos los condicionantes de su historia y situación, desde el marco teórico en que posicionarse hasta la forma de implementarlo que lo definirá en buena medida en su día a día como profesional y como persona.
Esta responsabilidad de la que hablo a la hora de situarse profesionalmente ante la labor psicoterapéutica no tiene la intención de primar uno u otro enfoque o escuela de psicoterapia. Al entrar en el ámbito de la ética personal los juicios a mi entender deben ser inmanentes (desde uno mismo) porque las consecuencias también serán personales e intransferibles. Mi intención en este sentido es más despertar la reflexión sobre el tema ya que se hayan dado o no estas consideraciones conscientemente, estas dejarán sentir su peso en la persona del terapeuta y en su clientela.
A la luz de marcos teóricos como los de la cibernética o la teoría de la complejidad, cada vez nos es más difícil sostener la abstracción del “observador neutral”, epítome de la ciencia, que estudia un caso con pulcritud y objetividad. Desde el mismo momento en que se aborda un caso se enmarcan y ordenan los datos dentro del aparato teórico del que disponemos. El mismo término “salud mental” queda cruzado por diferentes definiciones y puntos de vista desde determinadas visiones de lo que significa ser humano, qué es la salud, o si existe la mente como algo separado del cuerpo. Profundizando en estos temas nos asombrará advertir cómo dentro de nuestras “racionales” cavilaciones se cuelan desde la base prejuicios fundados en preferencias estéticas, morales, culturales, etc, que empapan todo el lógico edificio sobre el que asentamos nuestra práctica. Ejemplo de esto lo tenemos en el llamado “dualismo” que signa nuestra racionalidad desde tiempo de Platón, o la “capacidad de adaptación” entronizada como sinónimo de salud en lo que a la vida psíquica se refiere.
Estos prejuicios impregnan los avances “científicos” desde el mismo inicio de sus planteamientos. Los datos no son más que soportes de hipótesis hijas del pensamiento racional, hipótesis que tienen valor mientras demuestren su utilidad predictiva o estimativa, hasta que más y más datos escapan a estas hipótesis y es necesario renovarlas o rehacerlas desde la razón y la creatividad (son los famosos paradigmas de Kuhn). La “objetividad” es una ilusión práctica a determinados niveles, que comienza a balbucear cuando el investigador toma como objeto de su escrutinio al sujeto como tal, sobre todo si es a sí mismo.
Desde mitad del siglo pasado viene poniéndose acento en la investigación de los llamados “factores comunes” en psicoterapia. Se intentaron aislar estos factores entre la inmensa variabilidad técnica existente. Llama la atención cómo uno de los factores principales aislados fue el que atañe a la capacidad del terapeuta de establecer una relación sólida y sana con el paciente, más allá del marco teórico en que se mueva y con el que conceptualice la situación. Aunque estos marquen la práctica y pongan mayor acento en un planteamiento determinado o en cierto aspecto a tratar, mi tesis es que incluso estas teorías se enmarcan en todo un entramado subjetivo del terapeuta que tiene que ver con su historia, sus saberes y sus recursos emocionales personales que se despliegan sin remedio en el proceso terapéutico. Esta obviedad no es tenida usualmente en cuenta en la enseñanza de la psicoterapia, que es considerada en muchos casos como una pura “técnica”. Una receta, una prescripción que se cumplirá o no dependiendo de la fuerza de voluntad del sujeto. Descuidamos así un aspecto fundamental del “manejo” de uno de los principales aspectos de la terapia: la relación que establecemos. Y pongo entre comillas la palabra “manejo”, por parecerme inadecuada pues puede hacer pensar que existe una receta sobre cómo debemos relacionarnos con otro sujeto que nos pide ayuda. Quizás necesitamos pensar que pisamos terreno firme sobre todo cuando somos principiantes en este arte.
1 comentario:
Señalar que cuando hablas de psicoterapias y técnicas, que existen muchos profesionales (y pacientes) que focalizan en la técnica la atención, en lugar de en por qué necesitan fijarse en la técnica.
Supongo que aprender las técnicas es un paso más en el desarrollo de una persona como psicoterapeuta, pero que hay que trascender la técnica, no dejar que la técnica nos use y nos limite la relación con el paciente...
"Tengo que empatizar, tengo que empatizar...A ver si se calla y le voy a hacer un señalamiento que se va a cagar..."
Verbum gratia
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