domingo, 24 de febrero de 2008

El hombre-máquina



Fuente: Clarin.com.- 20/01/08

Desde la medicina y la biología se está poniendo a prueba la maleabilidad del cuerpo humano. Trasplantes de órganos, implantes, cirugías y regeneraciones son intervenciones técnicas cada vez más frecuentes. Estas prácticas transforman la visión que se tiene del cuerpo humano, extienden la vida y hacen modificaciones estéticas que en muchos casos acomodan partes del cuerpo al ideal de un sujeto. Sin embargo, estos desarrollos médicos no benefician a la mayoría de la población y, por lo general, dificultan la aceptación de la muerte.

Así lo cree el doctor Pablo Argibay, quien realizó en la Argentina el primer trasplante de duodeno-páncreas (1994), de islote (1995) y de intestinos (1999). Actualmente trabaja en el desarrollo de técnicas de regeneración a partir de células madre. Dirige el Instituto de Ciencias Básicas y Medicina Experimental del Hospital Italiano.

Con humor, usted alude a "cortar y pegar" partes del cuerpo humano. ¿Acaso somos máquinas compuestas por piezas intercambiables?
No, nada de eso. Si algo nos enseña la biomedicina moderna es que una concepción reduccionista del hombre como una máquina es no sólo errónea, sino peligrosísima. Justamente, la medicina regenerativa y los trasplantes de órganos buscan hacer uso de la biología del organismo, de un sistema muy complejo y en nada análogo a la máquina.

¿La medicina va haciendo un collage sobre los cuerpos?

Sí. Sería un collage dinámico, en el cual las partes no funcionan como engranajes en una máquina, sino que tienen significado en el todo. Sería como un holograma. Es decir, cada pedacito es un representante de la totalidad. Entonces, ese órgano que uno le pone a una persona no es sólo un órgano, porque modifica el sistema inmune, el sistema endócrino y la conducta de ese individuo. Me gusta más la idea de un collage dinámico y biológico, que la de un simple cortar y pegar.

¿Todos los órganos pueden ser trasplantados?

El límite es una cuestión de rechazo inmunológico. Trasplantar una mano es más complejo, desde el punto de vista inmunológico, que trasplantar un riñón, porque el riñón es un órgano con un sistema inmunológico bastante leve, que puede ser vencido con drogas. En una mano, el problema es que tenemos hueso, cartílago, arterias, venas, músculos, nervios, piel, grasa. Entonces, ya son varios órganos que hacen a ese sistema de la mano y la respuesta inmune es mucho más compleja. En principio, todo órgano es trasplantable, aunque algunos sobreviven mucho más que otros, debido a la respuesta inmunológica.

¿Por ejemplo?

El intestino es muy simple de trasplantar. Sin embargo, genera una vigorosa respuesta de rechazo, y al poco tiempo, si uno no usa drogas muy fuertes, es rechazado. La piel se puede trasplantar; sin embargo, genera una fuerte respuesta inmunológica. Pero en principio, desde el punto de vista técnico, después del éxito del trasplante de rostro no quedan fronteras. Sí en el sistema nervioso central: uno no puede plantear el trasplante de cerebro, porque si somos prácticamente el cerebro, el trasplante sería de cuerpo, no de cerebro.

¿Cómo altera un trasplante la identidad corporal?

Para un receptor no es exactamente lo mismo saber que le trasplantan el corazón -con los significados culturales que tiene- que órganos como el páncreas o el riñón. Las personas manejan su trasplante de órganos, pero seguro que hay que hacer un trabajo de identidad con ese nuevo injerto, ya que hay hasta fenómenos de culpa, porque de alguna manera, el que recibe un órgano lo está recibiendo de alguien que murió. Las manos también son delicadas. El primer trasplantado de manos de Francia pidió que le sacaran el trasplante, porque tuvo un problema de identidad con esas manos. Un trasplante es psicológicamente complejo.

¿Hay resistencias de corte racista?

El imaginario del órgano no deseado por la procedencia sería el caso de un miembro del Ku-Klux-Klan al que le ponen un riñón de un negro de Alabama. En general, no hay ningún tipo de evidencia de que esa persona, por el odio racial, pueda estimular a su sistema inmune para que lo rechace. Sin embargo, un órgano no deseado puede ser un órgano rechazado en gente a la que, por ejemplo, le cuesta seguir el protocolo de fármacos. Un fenómeno interesante es, en Estados Unidos, que una de las poblaciones que más requiere de riñones, por la hipertensión, es la negra. Sin embargo, no son los principales donantes de órganos, lo cual en algunos Estados generó conflictos.

Hay implantes mecánicos, que nutren el imaginario del cyborg. ¿Las nuevas tecnologías pueden hacer órganos?

Esto es lo interesante de esa concepción errónea. Si el concepto filosófico dominante es el de hombre máquina, la cuestión va a ser: ¿para qué seguir metiéndonos en trasplantes de órganos y no soñar con el corazón artificial, con el pulmón artificial, con el riñón artificial? Y lo cierto es que no, estamos muy lejos de que las máquinas reemplacen todas las funciones del ser humano. Es real que se puede hacer diálisis a una persona con algo que se llama riñón artificial, pero ese aparato está muy lejos de ser equivalente a un riñón. Es verdad que se le puede poner por un tiempo prolongado un corazón artificial a una persona, pero estamos muy lejos de que ese corazón cumpla todas las funciones biológicas de un verdadero corazón. La biología es muchísimo más compleja que la mecánica y la electrónica. No veo muy cercano un mundo en el que sea una realidad cotidiana el poner un riñón o un hígado artificial dentro de una persona. «Unicamente un organismo puede reemplazar al organismo”.

Una de las principales utilizaciones de las intervenciones quirúrgicas se vincula a necesidades estéticas. ¿La medicina está cumpliendo una función impensada en el pasado?

Sí, sin duda. Cumple una función social, porque la estética y la ética son necesidades humanas. Hoy sabemos que en el cerebro hay áreas que tienen que ver con una necesidad ética. Con la necesidad estética pasa lo mismo. Todos sabemos lo que es lo lindo y lo feo para nosotros. Hay una necesidad social de verse diferente, que es entendida sólo por aquel que la tiene. El problema que sí advierto es que no estamos cumpliendo con un principio de la bioética: el de la igualdad. Es decir, no todos tienen acceso a las cirugías estéticas. A un pobre que se siente afectado, su sistema de salud no le cubre la cirugía estética. El problema no es que la gente se quiera arreglar los párpados; el problema es que no todos aquellos que quisieran hacerlo pueden.

La medicina prolonga la vida. ¿La calidad también crece?

No. La medicina está contribuyendo en una forma irresponsable a la extensión de la vida, porque no está pudiendo satisfacer los problemas de vivir más. Cuando pensamos que después de los ochenta años, gran parte de la población va a tener Alzheimer, yo digo que les estamos extendiendo la vida de una forma irresponsable, porque a esas personas que van a tener más Parkinson, más demencias, más arterioesclerosis, no tenemos ningún remedio para darles. En tonces, los hacemos vivir más, pero eso no quiere decir que vivan mejor. Yo creo que nos deberíamos concentrar en aceptar la muerte. Hemos hecho una cultura en contra de la muerte, como si ella no existiese, como si no fuera un fenómeno biológico. Tendríamos tal vez que concentrarnos un poco más en vivir quizás menos, pero mejor. Me parece que entonces ahorraríamos muchos recursos, porque hoy la principal causa de problemas en los adultos son las enfermedades degenerativas, pero por otro lado, generamos enfermedades degenerativas porque los individuos viven más.

¿La medicalización genera enfermedad?

Sí. Una parte de la medicina es un sistema de trueque de enfermedades. Genera una enfermedad moderada a cambio de paliar una enfermedad más grave. En trasplante de órganos es típico: yo le saco a un señor la insuficiencia renal; le pongo un riñón, pero le doy drogas que a lo largo de su vida le van a generar otro tipo de enfermedades. Claro, seguramente son mejores estas enfermedades que la falla del riñón. Pero es un trueque. Eso es una parte de la medicina. Hay otra parte -por ejemplo, la infectología- donde los resultados han sido contundentes y no se cambia una enfermedad por otra. La cirugía ha tenido un avance notorio, y prácticamente no hay trueque de enfermedades. Cuando yo entré a hacer la residencia de cirugía, cada tanto se moría alguien, en Buenos Aires, por una peritonitis. Hoy prácticamente es impensable. Pero en algunos tratamientos de cáncer uno le extiende dos años la vida a una persona, pero lo irradia, lo opera. Entonces, lo primero que hay que preguntarse es: ¿le doy dos años de calidad de vida o dos años de vida y nada más? En la cima de todas las discusiones está si es suficiente darles vida a los pacientes o si queremos darle calidad de vida.

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